Estiman que fueron 5 mil millones las personas que siguieron el
Mundial de fútbol apenas finalizado. Durante este evento quizá se siente de
manera intensa y muy distorsionada que, justamente, somos mundo. No es algo
muy frecuente, porque los Estados atentan contra esta posibilidad con sus guerras,
alimentando el racismo y la enemistad entre las personas (también lo hacen a
través de la organización del Mundial, lo que no quita que el placer por el
juego sea genuino y potencialmente positivo).
Sin embargo, la euforia desatada evidenció los venenos que los
poderes opresivos han logrado dispersar entre la gente común. Porque la idea de
mundo que palpitó en el corazón de millones de personas fue indiferente frente
los 15 mil trabajadores que murieron en la construcción de los estadios en
Qatar, lugar en el que la violación a derechos humanos elementales y a la
libertad de las mujeres es sistemática; porque mientras la esférica rodaba
condenaban a muerte a una decena de personas en Irán por luchar por una vida
digna, con la complicidad de los regímenes democráticos, de la FIFA y bajo el
silencio de los jugadores, selección argentina incluida. ¿Esta es la manera en
que elegimos interpretar el mundo en el que vivimos?
El último 20 de diciembre, en este país, se movilizaron millones
de personas. No fue por las razones que nos motivaron años atrás, unidas/os al
grito de ¡Que se vayan todos! a partir del cual empezamos a crear un
experimento –caótico y contradictorio– de lazos comunitarios nuevos con las
asambleas populares y tomas de fábrica. Esta vez fue para recibir la selección
nacional. Por ignorancia y absoluta inoperancia, el gobierno dejó librado al
azar la organización de la misma, poniendo en riesgo la vida de miles, incluso
la de los propios futbolistas homenajeados. Y, si bien no hubo mayores
problemas gracias al pacto implícito de muchos manifestantes de transitar esa
jornada con relativa serenidad, en esa marea humana –arriba y abajo del micro–
se evidenciaron profundos desvalores reivindicados como expresiones de una
“argentinidad” pasional que “no habría que tratar de entender”. Los escribas
de las redes sociales deberían darse cuenta de que se comprenden bastantes cosas:
vulgaridad misógina sin filtro, festejos riesgosos para sí y para el prójimo,
patriotismo belicoso (¿qué es, si no, la reivindicación de la guerra de
Malvinas desatada por una dictadura criminal?), ejemplos de derroche y de
espíritu ricachón en medio de una profunda crisis económica, desprecio cobarde
hacia los rivales alejado de cualquier sano espíritu deportivo.
La felicidad por el título obtenido en una gran final en
términos futbolísticos no puede justificarlo todo. Habría que interrogarse
acerca de la profundidad con la que han calado estos tristes y frustrantes desvalores
en la sociedad, incluso en las personas más sensibles alentadas por los
progres, otrora reyes de la corrección política, que hoy ostentan la camiseta
del relativismo moral esponsoreada por una patética lógica de revancha
tercermundista. Valdría la pena empezar a averiguar si estos desvalores son
realmente expresión de una incuestionable “alegría” popular o si, en cambio, no
representan un obstáculo para un estado del alma más pleno y satisfactorio.
Este número del periódico es el último del año y queremos
brindar y levantar la copa con vos. Otras copas, por otras razones y por una
idea (y sentimiento) del mundo diferente, más auténtico y por eso más
esperanzador y dramático. Levantemos la copa por las mujeres que luchan por
su libertad contra la violencia patriarcal, y por las y los niños del mundo a
quienes auguramos que esta humanidad pueda crear las mejores condiciones para
su crecimiento benéfico y en libertad. Levantemos la copa por los jóvenes que
se asoman a un mundo peligroso, todo por conocer y cambiar, para que puedan
elegir en amistad y solidaridad una vida digna de ser vivida; por los
inmigrantes y refugiados del mundo, para recibirlos con afecto y solidaridad y
defendernos juntos del racismo estatal difundido entre tanta gente. Levantemos
la copa por las personas que en Irán defienden la vida y nos dan esperanzas a
todos; por las víctimas de la guerra en Ucrania y en otras partes del mundo, y
por quienes en Rusia escapan del reclutamiento para no ser cómplices de la masacre.
Levantemos la copa por las personas que se comprometen día a día en sus barrios
populares para ayudar a los más vulnerables, a quienes auguramos poder conocer
más y mejorarnos mutuamente pensando juntos una perspectiva más amplia y radical
de la transformación de la que somos capaces; brindemos por y con el personal
de la salud que nos defendió durante la pandemia y que luchan contra la
desidia del gobierno, ¡para que conquisten todas sus reivindicaciones!
Levantemos la copa por las poblaciones –desde Andalgalá hasta Nueva Delhi– que
luchan en defensa de la vida contra la destrucción del planeta en manos de
los burgueses voraces. Y también brindemos, ¡por favor!, para aprender a
disfrutar del juego y del deporte como motivo de crecimiento humano.
Y a tantas personas que con enorme generosidad nos apoyaron en
la Campaña de Autofinanciamiento internacional recién finalizada, les pedimos
que nos ayuden a ser más intransigentes, dándonos coraje para continuar este
intento de construir una perspectiva de comunión de mujeres y hombres libres,
partiendo de la humanidad que emerge cotidianamente afirmando la vida contra
el belicismo y la barbarie de los Estados.
COMITÉ DE REDACCIÓN
Editorial publicado en Comuna Socialista 77