La amenaza narco-democrática

Por Mario Larroca

Rosario parece haberse transformado en una de las capitales del infierno, del que son rehenes y víctimas personas inocentes y humildes como Máximo Jerez, de 11 años, asesinado en marzo en una balacera narco. ¿Se puede hacer frente a los mercaderes de la muerte del narcotráfico confiándonos al “imperio de las leyes” democráticas y a los responsables de aplicarlas?

Veremos.

Seguramente por una cuestión de tamaño y densidad poblacional, Rosario se ha convertido en un ámbito propicio para la radicación y crecimiento de familias de criminales que fueron extendiendo su negocio desde el robo de autos, el narcomenudeo y las extorsiones hasta la trata, los asesinatos y el lavado de activos. También han contribuido a su despliegue el tratarse de una ciudad-puerto altamente conectable, así como los escandalosos niveles de pobreza y de desocupación.

La gente común de Rosario debe soportar, con particular dramatismo, aquello que venimos denunciando desde estas páginas: el carácter mafioso, inescrupuloso y criminal de las diferentes bandas “legales” del poder público Ejecutivo, Judicial y Legislativo–, todas ellas aspirantes a transformarse en un poder omnímodo que todo lo domina y controla. Todo salvo su propia codicia, egoísmo y desprecio por los últimos. El problema que tienen es que desde hace unos años les ha surgido, con el narco, un poder que tiene objetivos similares pero que no repara ni se excusa frente al dolor que su sadismo asesino causa a cada paso. Así es que la sangre que se derrama en las calles de Rosario tiene también el sello del reparto de poder que une y separa desde hace décadas a “socialistas”, radicales y peronistas. Responde a los lazos macabros entre jueces, fiscales, políticos, fuerzas de seguridad y criminales de “cuello blanco” (empresarios, financistas y concesionarios que se enriquecen con la circulación de dinero en negro) con los clanes criminales. Si, como está ampliamente probado, las policías provincial y federal, la Gendarmería y los penitenciarios han pasado de ser “reguladores” del delito –y con ello corresponsables de la “feudalización” de los territorios–, nos preguntamos ¿hasta qué punto es justo hablar, como hacen analistas, periodistas y académicos de buena fe, de connivencia? ¿No se alberga con ello expectativas de que una (im)posible regeneración institucional pueda, con “medidas” más o menos punitivas, terminar con todo esto? ¿No sería más apropiado hablar de una verdadera y propia división de tareas dentro de esta monstruosa asociación delictiva narco-democrática que amenaza, aterroriza y siega la vida de tantas personas?

Los clanes criminales también se especializaron en capitalizar la miseria con que la burguesía agobia a nuestra gente quebrando la subjetividad y la resistencia moral de buena parte de ella. Organiza su propia red de “solidaridad mortífera” a través de comedores comunitarios, talleres de oficios y provisión de seguridad. Rosario resulta el rostro más visible de una situación que se repite en otros puntos del país en particular en el área metropolitana de Buenos Aires. En definitiva, el poder del narco ha logrado penetrar y corromper todos los estratos de la sociedad como producto de una podredumbre moral que es común a todos los poderes opresivos. Entonces, ¿no es más auténtico y verdadero, noble y justo para las personas voluntariosas, comenzar a pensar y actuar rehabilitando la solidaridad directa, desde abajo y por afuera de los cantos de sirena de nuestros verdugos democráticos?

¿Por dónde empezar?

A nuestro humilde entender, para cada persona y comunidad que, como nosotros y nosotras se proponga reaccionar, se trata de definir un propio enfoque que coloque a la vida como primer bien a defender y del cual partir. Es necesario no dar por sentado este aspecto en una fase como la actual en que la decadencia democrática ha transformado en normal a las guerras que no terminan, a los femicidios, homicidios y los baños de sangre en plena vía pública. Posicionarnos en este sentido nos permite tomar distancia de la pretendida “objetividad” periodística y política, que se pierde en la prioridad del hacer práctico. Intentar comprender la dramática situación es fundamental, pero no puede reducirse a esquemas descriptivo-punitivos, que derivan en atajos y “soluciones” desde arriba. La legalización de las drogas y la nacionalización de los puertos, enarboladas por el FIT, que en algún caso podrían ser progresivas para atacar el negocio, no se sustrae de dicha lógica de delegación del protagonismo en el Estado. Nosotros creemos que el factor dirimente está en el sostén humano concreto de las personas y colectivos que, como las Madres contra el Paco o las movilizaciones por Máximo, con intransigencia y coraje se comprometen a seguir eligiendo un camino de bien y de libertad por y junto a quienes buscan rescatarse, lo que implica soportar amenazas y renunciar a los intentos de cooptación. 

Publicado en Comuna Socialista 79