Por Claudio Olivieri
A pesar de que se aprobó como ley la criticada reforma
de las pensiones promovida por Emmanuel Macron, las manifestaciones no solo
continuaron, sino que se extendieron hacia nuevas franjas de la población (como
los trabajadores y los jóvenes) y hacia todo el país, de las ciudades a las provincias.
Es una protesta de la gente común, dio y dará pasos adelante y retrocesos, pero
el mensaje permanece: la exigencia de afirmar, con el rechazo de la reforma
previsional, la voluntad de vivir mejor y de no pagar ulteriores costos de una
larga vida laboral. Pero hay más: emerge (más allá de las reivindicaciones
específicas) el impulso a afirmar la dignidad, la libertad humana, el respeto.
En cambio, la cúpula del Estado se comporta de manera arrogante y sin
escrúpulos. La decadente democracia francesa muestra que es incapaz de llevar a
cabo incluso un elemental mecanismo de reabsorción, como conceder un cambio parcial
de la ley. El presidente Macron (reelecto hace unos meses, con niveles de
abstención inéditos) refutó significativamente las propuestas de diálogo de los
sindicatos, forzó la Asamblea Nacional a aprobar sus medidas, denigró a los
manifestantes al llamarlos “egoístas”. A todo esto, se suma la violencia
represiva de las fuerzas policiales hacia los manifestantes y una nueva ley racista
contra los inmigrantes. En un proceso de movilización tan amplio como este, es
cierto que también emergen muchos límites, que son expresión de cuestiones de
fondo que no han sido resueltas. La crisis de idealidad de la izquierda no se
resolvió con las afirmaciones políticas rimbombantes de Mélenchon; el impulso unitario
de los sindicatos, tan importante en los inicios de las manifestaciones, se
está rompiendo; resurgen casseurs y ex gilets jaunes que vuelven
a proponer enfrentamientos en las manifestaciones. Pero, en las expresiones
nuevas del protagonismo y de la creatividad de la gente común, en muchas iniciativas
generalizadas, así como en las mismas manifestaciones multitudinarias de las
ciudades, resuenan impulsos humanos más positivos. Como el de los jóvenes que
luchan contra el terricidio, el de los ancianos que anhelan una existencia más
serena, el de los trabajadores que quieren un tiempo de vida distinto, el de los
inmigrantes que buscan la libertad. Por una vez, juntos.
Publicado en Comuna Socialista 80