Por Mario Larroca
Desde el punto de vista humano, el colonialismo en cualquiera
de sus formas ha representado y representa una atrocidad. En el caso de las
Islas Malvinas, a 13 mil kilómetros del Reino Unido, no existe justificación
alguna para sostener la presencia británica desde 1833 hasta la fecha. No lo matiza
el tratarse de un territorio irredento sin población argentina, ni tampoco el
hecho de que Juan M. de Rosas, en aras de su nacionalismo estanciero probritánico,
las cediera por el tratado Arana-Southern en 1849 (como explicara el
historiador marxista Milcíades Peña). Su continuidad, en tiempos de ocaso del
dominio democrático totalitario a escala global, es un absurdo solo explicable por
el orgullo descarado y el alma de rapiña (de recursos naturales como, en este caso,
el calamar y la merluza, o la potencial explotación de petróleo y de gas) de
parte de una de las cabezas del sistema democrático totalitario. A
continuación, intentaremos esbozar algunas coordenadas acerca de la cuestión
Malvinas, en modo alternativo al sentido común burgués patriotero reinante en
este país, desde las cúspides del poder opresivo hasta el subsuelo de la sociedad.
Ordenada por la Junta Militar, entonces a cargo de Galtieri,
la guerra inició con el desembarco en Malvinas el 2 de abril de 1982. Con esto
se intentaba aprovechar el justo anhelo anticolonialista de la población para suscitar
un nuevo espíritu nacionalista, capaz de contrarrestar las expresiones de radicalización
popular frente a los crímenes y a la miseria creciente, lo que estaba
acorralando a los genocidas en el poder. Con esta maniobra –claramente apoyada por
los stalino-videlistas del Kremlin soviético y del PC argentino, así como por
la UCR y por sectores peronistas, incluido Montoneros–, los genocidas
reafirmaban su cinismo y crueldad fuera de control. En los hechos, a quienes
empezaban a reaccionar contra ellos, así como a los familiares y las víctimas de
sus atrocidades, se les exhortaba a renunciar a sus aspiraciones de libertad, de
verdad y de justicia, en pos de la “unidad nacional”. Como no podía ser de otra
manera, el terror se trasladó al campo de batalla y fue encarnado por los
mandos militares que, en los 74 días que duró el conflicto, no se privaron de
torturar, hambrear e incluso de someter a violación a buena parte de la tropa, compuesta
en su amplia mayoría por jóvenes conscriptos casi sin adiestramiento ni armas suficientes.
Vale aclarar que los gobiernos democráticos, desde 1983 hasta la fecha, han
dejado impunes a los responsables de semejante inmundicia, del mismo modo que
abandonaron a su suerte a los excombatientes, sometidos a todo tipo de traumas
posbélicos que, en varios casos, los han llevado a quitarse la vida.
Es importante reconocer que miles de argentinos, e incluso
muchas de las mejores vanguardias organizadas, aunque daban señales de desconfianza
hacia la Junta, prestaron un apoyo entusiasta a la patriada suicida, lo que
representó una distorsión en la resistencia al terrorismo de Estado. ¿Qué significa
que, hoy en día, haya corrientes de izquierda (como las del FIT) que sigan reivindicando
a la de Malvinas como una guerra “antiimperialista progresiva”? ¿Se puede
seguir sosteniendo, alegremente, que “estamos en el campo militar del país
agredido por el imperialismo, sin apoyar la conducción de la guerra”, cuando lo
que se intentaba con ella era legitimar un genocidio en curso? “La guerra era
un hecho consumado y había que luchar por la soberanía nacional”, nos dirán. ¿Qué
soberanía se podía defender yendo a la cola de los que, a esa altura, habían
masacrado a 101 de nuestros compañeros trotskistas? La lógica estatalista, aun
cuando se pretenda revolucionaria, resulta cada vez más interna a los criterios
de la ciudadanía democrática en decadencia. La defensa de la vida se sigue
pensando como un ingrediente subordinado y funcional a la prioridad de la
pertenencia territorial. Lo que no se podía postergar era la batalla por derrotar
a los fascistas en las calles y en los ámbitos de deliberación y decisión
propios de la gente común, donde reside auténticamente la soberanía popular.
Hemos aprendido esta lección de nuestros hermanos italianos de la Liga Socialista
Revolucionaria (hoy La Comune), quienes, en tiempo real, advirtieron nada menos
que al entonces PST de Nahuel Moreno que, luego de una correcta orientación
inicial, tanto contra la junta como contra el ataque británico, cambió de línea
dándole prioridad a este último factor.
Publicado en Comuna Socialista 80