Por Ignacio Ríos
El incendio que terminó en la masacre del 27 de marzo
en el Instituto Nacional de Migración (INM) de Ciudad Juárez demuestra una vez
más el carácter criminal y bélico de los Estados. Estos últimos impiden los
desplazamientos humanos o, por el contrario, los fuerzan a través de las
guerras, la miseria y el fomento de negocios ligados a la destrucción del
planeta y a la criminalidad, todos factores que hacen la vida muy difícil en
regiones enteras. Es el caso de Centroamérica, de donde provenían la mayoría de
las 39 víctimas.
En Juárez se concentran los inmigrantes que provienen del
sur y también los que fueron expulsados de los Estados Unidos bajo la detestable
norma “Título 42”, creada por Trump y que continúa siendo utilizada por el
gobierno de Biden. Solo en el año 2022 la Patrulla Fronteriza detuvo a 2,2 millones
de personas en la frontera, expresión del sobrecogedor drama humano del que estamos
hablando.
A su vez, las autoridades mexicanas le hacen la vida imposible a los inmigrantes al impedir que trabajen, desalojando sus campamentos, fomentando los prejuicios de los habitantes locales o desatando redadas masivas por las calles. Frente a todo esto, se produjeron decenas de motines y desesperados intentos de fuga de los centros del INM en el último tiempo. También las y los inmigrantes dan vida a otros métodos de lucha como el corte de los puentes internacionales en reclamo de asilo en los Estados Unidos o bien la constitución de caravanas, tanto para realizar el viaje en común como para visibilizar su situación. En este sentido, el hecho de que las autoridades del INM de Juárez hayan dejado encerrados y librados a su suerte a los detenidos cuando comenzó el incendio (una forma bastante recurrente de comenzar la protesta al interior de estos centros) parece ser un horrendo ajuste de cuentas.
En efecto, este caso habla de la hipocresía y la inmoralidad de todos los gobiernos. Biden venía a representar una alteridad con respecto a Trump, pero utiliza las mismas argucias legales para expulsar a la gente de su frontera. Lo mismo se puede decir de López Obrador, ese “primer presidente de izquierda” de México que supuestamente defiende los intereses populares, pero hace el trabajo sucio del gobierno yanqui, poniendo a los inmigrantes expulsados bajo custodia en celdas apestosas y peligrosas.
La esperanza no proviene de las promesas cada vez más vacías de los gobiernos democráticoprogresistas, sino de la búsqueda incansable de dignidad de los millones de inmigrantes y de la solidaridad que saben expresar una miríada de asociaciones, colectivos y personas individuales que hoy están denunciando las responsabilidades políticas y estatales de esta masacre.
A su vez, las autoridades mexicanas le hacen la vida imposible a los inmigrantes al impedir que trabajen, desalojando sus campamentos, fomentando los prejuicios de los habitantes locales o desatando redadas masivas por las calles. Frente a todo esto, se produjeron decenas de motines y desesperados intentos de fuga de los centros del INM en el último tiempo. También las y los inmigrantes dan vida a otros métodos de lucha como el corte de los puentes internacionales en reclamo de asilo en los Estados Unidos o bien la constitución de caravanas, tanto para realizar el viaje en común como para visibilizar su situación. En este sentido, el hecho de que las autoridades del INM de Juárez hayan dejado encerrados y librados a su suerte a los detenidos cuando comenzó el incendio (una forma bastante recurrente de comenzar la protesta al interior de estos centros) parece ser un horrendo ajuste de cuentas.
En efecto, este caso habla de la hipocresía y la inmoralidad de todos los gobiernos. Biden venía a representar una alteridad con respecto a Trump, pero utiliza las mismas argucias legales para expulsar a la gente de su frontera. Lo mismo se puede decir de López Obrador, ese “primer presidente de izquierda” de México que supuestamente defiende los intereses populares, pero hace el trabajo sucio del gobierno yanqui, poniendo a los inmigrantes expulsados bajo custodia en celdas apestosas y peligrosas.
La esperanza no proviene de las promesas cada vez más vacías de los gobiernos democráticoprogresistas, sino de la búsqueda incansable de dignidad de los millones de inmigrantes y de la solidaridad que saben expresar una miríada de asociaciones, colectivos y personas individuales que hoy están denunciando las responsabilidades políticas y estatales de esta masacre.
Publicado en Comuna Socialista 80