Por Mamadou Ly
Los últimos acontecimientos pusieron por algunos días
a Sudán en la primera plana de diarios y noticieros. Distintos exponentes
políticos, especialistas y periodistas se manifestaron “sorprendidos”, con
evidente mala fe, porque lo que sucede hoy ya estaba en el aire desde hace
meses.
El general Abdel Fattah Al-Burhan, jefe de las Fuerzas
Armadas sudanesas, y el general Mohamed Hamdan Daglo, apodado Hemetti, patrón
de la formación paramilitar de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), son camaradas
de vieja data: fueron aliados en primera fila en los sucesos que ensangrentaron
el país, que, hasta la separación de Sudán del Sur, en 2011, era el más extenso
de África.
Entre sus empresas en común se destacan las masacres
de Darfur: auténtico intento de limpieza étnica que a partir de 2003 provocó
cientos de miles de víctimas y millones de refugiados. Las masacres le valieron
al por aquel entonces dictador Omar al Bashir y a otros líderes, una incriminación
por genocidio, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. Las milicias
Janjaweed, convertidas luego en las FAR de Hemetti, jugaron un rol especial con
violaciones y destrucción. La colaboración entre los dos sectores criminales
fue decisiva durante una de las más valientes y significativas insurgencias populares
por la libertad y la dignidad de los últimos años que puso a Omar al Bashir
bajo presión hasta su caída en 2019. En el más clásico de los escenarios contrarrevolucionarios,
el ejército se anticipó, mandando a arrestar a al Bashir y sus colaboradores
más comprometidos. Entonces se dedicó junto a las FAR a la represión y al
desgaste de la revuelta que, entre alternancias de avances y retiradas,
resistió con tenacidad y hoy pone dramáticamente en evidencia la urgencia del
regreso al poder de los civiles, como lo pusieron sobre la mesa las
movilizaciones de la gente común contra el régimen.
En este escenario se inserta la cuestión, muy preocupante, del destino de las FAR y de los tiempos de su prevista integración completa en el ejército, junto con sus considerables medios y recursos –fruto también de la actividad mercenaria por cuenta de monarquías del Golfo, de Yemen y no solo. Hacerlo rápido las pondría bajo comando de Al Burhan, mientras que postergarlo hasta después de la llegada –es claro, no sería mañana– de un presidente “democráticamente electo” sigue siendo la opción predilecta de Hemetti, que está listo para todo. Por esto, los dos ex aliados se combaten entre sí lanzando misiles y bombas sobre las ciudades, matando civiles y destruyendo casas e infraestructuras. Estamos asistiendo a la enésima y cruel expresión de lo que son capaces estos personajes y sus respectivos aliados: el rais egipcio y los emires del Golfo, cierto, pero también las ultra-democráticas potencias occidentales, preocupadas solo por evacuar a sus ciudadanos. Como en Afganistán.