Quizás la más lacerante de las características de la
decadencia de la democracia en América Latina sea la difusión imparable de la
violencia. Esta última está dando lugar a la proliferación de bandas armadas que,
a su vez, rivalizan, colaboran o desplazan a las instituciones estatales en las
zonas donde operan.
Las milicias paramilitares de Río de Janeiro forman un imperio que controla la mayor parte del área urbana y se dedican al negocio de la extorsión, el alquiler ilegal de terrenos y también brindan servicios, como la conexión a internet, transporte y seguridad. Supuestamente surgidas para enfrentar a los narcos allí donde el Estado brasileño no podía penetrar, hoy en día trabajan conjuntamente con ellos. Se trata del fenómeno de la “narco-milicia”, es decir, paramilitares que controlan determinados territorios para que los narcos vendan droga con tranquilidad. Mientras que las organizaciones de narcotraficantes controlan las favelas, los milicianos tienen más vínculos con la política (sabida es la relación con el clan Bolsonaro y el gobernador Cláudio Castro, así como su responsabilidad en el asesinato de la concejala Marielle Franco) y con la policía, que trata de no meterse en las zonas controladas por estos paramilitares.
Las bandas armadas de Haití controlan, hoy en día, el 80% del área metropolitana de la capital Puerto Príncipe y también viven del negocio de la extorsión y el secuestro. Últimamente muchos jóvenes se están armando con machetes, bombas molotov y todo tipo de elementos contundentes para defender sus barrios. El problema es que estas “brigadas de autodefensa” suelen cometer linchamientos o abusos contra los civiles, como denuncian los organismos de derechos humanos. De hecho, buena parte de las 200 bandas armadas que operan actualmente en Haití comenzaron siendo brigadas de vigilantes barriales.
El enorme Brasil y la pequeña Haití: más allá de las diferencias, dos ejemplos de cómo el problema de la violencia está fuera de control. Su difusión está dando lugar al surgimiento de nuevos poderes opresivos y bélicos, en contraposición y/o alianza con los Estados. Ello representa un nuevo y mortal peligro para la gente común que aspira a vivir en paz con sus semejantes y por eso trata de defenderse como puede o directamente elige sustraerse de la violencia crónica engrosando los flujos migratorios continentales. (I.R.)
Las milicias paramilitares de Río de Janeiro forman un imperio que controla la mayor parte del área urbana y se dedican al negocio de la extorsión, el alquiler ilegal de terrenos y también brindan servicios, como la conexión a internet, transporte y seguridad. Supuestamente surgidas para enfrentar a los narcos allí donde el Estado brasileño no podía penetrar, hoy en día trabajan conjuntamente con ellos. Se trata del fenómeno de la “narco-milicia”, es decir, paramilitares que controlan determinados territorios para que los narcos vendan droga con tranquilidad. Mientras que las organizaciones de narcotraficantes controlan las favelas, los milicianos tienen más vínculos con la política (sabida es la relación con el clan Bolsonaro y el gobernador Cláudio Castro, así como su responsabilidad en el asesinato de la concejala Marielle Franco) y con la policía, que trata de no meterse en las zonas controladas por estos paramilitares.
Las bandas armadas de Haití controlan, hoy en día, el 80% del área metropolitana de la capital Puerto Príncipe y también viven del negocio de la extorsión y el secuestro. Últimamente muchos jóvenes se están armando con machetes, bombas molotov y todo tipo de elementos contundentes para defender sus barrios. El problema es que estas “brigadas de autodefensa” suelen cometer linchamientos o abusos contra los civiles, como denuncian los organismos de derechos humanos. De hecho, buena parte de las 200 bandas armadas que operan actualmente en Haití comenzaron siendo brigadas de vigilantes barriales.
El enorme Brasil y la pequeña Haití: más allá de las diferencias, dos ejemplos de cómo el problema de la violencia está fuera de control. Su difusión está dando lugar al surgimiento de nuevos poderes opresivos y bélicos, en contraposición y/o alianza con los Estados. Ello representa un nuevo y mortal peligro para la gente común que aspira a vivir en paz con sus semejantes y por eso trata de defenderse como puede o directamente elige sustraerse de la violencia crónica engrosando los flujos migratorios continentales. (I.R.)
Publicado en Comuna Socialista 81