Por
Fabio Beltrame
En
estas últimas horas (poco antes del encuentro entre Volodimir Zelensky y
Francisco, en Roma) se reveló la existencia de una “misión” de paz del
Vaticano, destinada a contribuir al fin de la guerra de Rusia en Ucrania. El
mismo pontífice, que había regresado de un viaje de tres días a Budapest –en
los cuales mantuvo reuniones privadas con el primer ministro húngaro Víktor
Orban (relacionado con Moscú) y con el otrora enviado de la Iglesia ortodoxa
rusa (que, en cambio, desaprueba la guerra)– llamó a la discreción a los
numerosos periodistas apresurados por dar la primicia, término desconocido
dentro del vocabulario diplomático pontificio.
El
posicionamiento del Papa a propósito de Ucrania suele juzgarse como aislado e
ineficaz desde el punto de vista de las cancillerías europeas y de la Casa
Blanca, que alimentan la guerra con un flujo interminable de armas hacia Kiev e
imponen nuevas sanciones a Rusia. Por el contrario, para gran parte del resto
del mundo, la reticencia firme de Francisco a tomar partido en el conflicto, su
insistencia en un alto al fuego y en un fin negociado de la guerra –con el que
presumiblemente ninguna de las dos partes estaría legitimada para reivindicar
una victoria total– son, en cambio, coherentes con el posicionamiento de una
amplia gama de países que abarcan a la inmensa mayoría de la población mundial.
Desde Pekín hasta Nueva Delhi, de Teherán a Abuya, pasando por Brasil y
Australia, la que propone el Vaticano se presenta como una vía de negociación
posible y aceptable.
En
el contexto caótico de la decadencia, de la diplomacia obsoleta y del empirismo
que caracterizan las maniobras estatales, esto que hace hoy el Vaticano expresa
una visión planetaria coherente con el rechazo sin excepciones a la guerra.
Al
mismo tiempo, China, como había anunciado Xi Jinping, está poniendo en marcha
una iniciativa diplomática de su enviado especial para Asuntos Euroasiáticos
que resulta análoga a la del Vaticano, al menos en el uso de las palabras: “un
esfuerzo para promover conversaciones de paz”. De hecho, no es casual la
convergencia entre dos poderes opresivos muy diferentes entre sí, pero con
recorridos milenarios a sus espaldas. Inclinados a evitar que se los involucre
directamente en los conflictos, hoy son los únicos que pueden proponerse como
promotores creíbles de una negociación frágil, porque está jalonada por
contraposiciones ideológicas y por una escalada bélica incesante. Cualquier
posibilidad de paz sería un resultado enorme, frente a la masacre cotidiana de
cientos de miles de víctimas y al sufrimiento de millones de inocentes.
Publicado originalmente en La Comune (Italia) 423