La escalada permanente y el fantasma nuclear


Por Fabio Beltrame
En las negociaciones del G7 en Hiroshima, Biden abrió el camino para que los aliados y los socios occidentales de la OTAN transfieran a Ucrania aviones de combate F-16, de fabricación estadounidense. Y agregó que los Estados Unidos y los aliados también tendrán que ayudar con el entrenamiento de los pilotos. Zelenski obtuvo lo que venía pidiendo desde febrero de 2022: los miembros del G7 respondieron al llamado y se pusieron a disposición –como en el caso de Meloni en Italia– para entrenar pilotos ucranianos.
Ni siquiera el corresponsal de guerra más descarado y oficialista podría demostrar que los fatídicos F-16 son armas “de uso defensivo”. Por lo tanto, es evidente que en las últimas semanas hubo una nueva escalada. Está claro que Putin es un autócrata criminal, responsable de esta carnicería bélica desde un principio. Pero, a su vez, al proveer armas cada vez más amenazantes y destructivas, el G7 –haciendo oídos sordos a la creciente oposición al envío de armas que se difunde entre la gente común de distintos países europeos– da pruebas de que una ínfima oportunidad de tregua en Ucrania aún es muy lejana.
Así como las armas, también las palabras están en plena escalada. Crece la plétora de mentiras con las que las propagandas belicistas occidentales y rusas plagaron este conflicto. Zelenski llegó a comparar las fotos en blanco y negro del bombardeo atómico en Hiroshima con las actuales de Bajmut. Cualquiera que mantenga vivo el sentido y el sentimiento de la humanidad, y una vital voluntad de afirmar las lógicas de bien contra la deshumanización bélica, se interrogará al respecto.
El lanzamiento de las bombas atómicas estadounidenses en las ciudades japonesas empezó la mañana del 6 de agosto de 1945, cuando un segundo sol se levantó a 600 metros de altura para cubrir toda la ciudad y siguió, tres días después, en los cielos de Nagasaki. Pocos recuerdan el estruendo, pero el relámpago que encendió a las personas y a todo ser viviente en el área de la explosión, y que dejó tan solo sombras sobre las veredas, quedó impreso en la memoria de los sobrevivientes (hibakusha, en japonés). Estos últimos, víctimas de la radiación, fueron silenciados en los años posteriores por órdenes de la Casa Blanca, así como también el personal médico que los curaba. El ocultamiento de este crimen duró hasta mediados de los años 50.
Las detonaciones nucleares constituyen la cumbre de la afirmación del sistema democrático global, la consecuencia de la perversa dialéctica entre política y guerra, la potencialidad destructiva de la que son capaces los poderes opresivos, democráticos o no, contra la humanidad. La amenaza atómica hoy se evoca todos los días gracias a este conflicto. Por lo tanto, es grave hacer una analogía histórica que obstaculiza la comprensión del presente, manipula las responsabilidades del pasado y oculta el oscuro corazón de la democracia: la lógica de la asesinabilidad que la hace responsable de sufrimientos, de víctimas y de destrucciones materiales, perpetradas hoy en Ucrania.

Publicado en Comuna Socialista 82