Editorial: Frente a la violencia estatal y social, defendamos la vida

Por el Comité de Redacción
Vivir en paz junto a los demás es una exigencia humana. Si lo pensamos bien, nos sentimos “a salvo” cuando confiamos en las personas que nos rodean, cuando percibimos amistad, o incluso cordialidad y atención entre personas que no conocemos. Más aún, en contextos difíciles, muchas veces es la solidaridad la que permite contener la violencia. En definitiva, nos sentimos más seguras y seguros cuando nos reconocemos (incluso sin conocernos) semejantes en el respeto y el valor de la vida.

Sus armas
Pero las instituciones estatales atentan cotidianamente contra esta posibilidad. Vivimos en aglomeraciones sociales gigantes donde rige la extrañeidad y hasta la enemistad entre las personas; donde crece el machismo, el racismo y la exclusión. Es tan grande la preocupación que genera, que resulta fácil caer en explicaciones y soluciones simplistas y hasta engañosas. Identificar el origen de esta violencia difundida es un paso insoslayable para cuidarse mejor juntos. En primer lugar, son los Estados sus principales promotores, que apuntan sus armas hacia afuera y/o hacia dentro de sus fronteras. No estamos exagerando. Sin ir más lejos, al cierre de esta edición, supimos que la Policía de la Ciudad plantó un arma en el auto de Lucas González luego de acribillarlo a balazos. Un nuevo caso de gatillo fácil de la “maldita policía”. Pero no es la única institución que desprecia la vida (de los más vulnerables). Por ejemplo, en Rosario, la alianza narcodemocrática que se está constituyendo a diversos niveles –intendencias, gobiernos provinciales y poder judicial– está sembrando la barbarie en amplias zonas de la ciudad. La degradación moral que encarnan las minorías opresivas –corrompiendo todo a su paso en pos de defender sus privilegios– es una usina de desvalores que se derraman hacia toda la sociedad, encontrando intérpretes entre la gente común que replican la ferocidad e inhumanidad de los de arriba. Estos, en plena campaña electoral, atizan el fuego prometiendo más “mano dura” e incluso fomentan peligrosos delirios como la venta libre de armas. Hay condiciones estructurales que favorecen la disgregación social toda vez que la burguesía somete a la población a niveles altísimos de pobreza, de exclusión educativa y de una desigualdad sin precedentes en las últimas décadas. Luchar por conquistar medidas que permitan elevar el nivel de vida material y cultural es fundamental, pero prestemos atención, porque tales condiciones no determinan las elecciones de las personas de vivir mejor juntas, más pacíficamente. Endilgar fácilmente la criminalidad a la pobreza o a la falta de instrucción es un camino directo a la estigmatización. Hay muchos ejemplos de la grandeza de los humildes y muchos más aún de la pequeñez humana de los “ilustrados”. En definitiva, no podemos delegar en las instituciones estatales el cuidado de nuestra vida en común, porque son ellas las artífices de las guerras y las promotoras de las pequeñas guerras cotidianas que empeoran la vida de las mayorías.

Nuestros recursos
Es urgente, entonces, reconocer y tomar conciencia de los recursos humanos con los que contamos para una mejor convivencia humana. Como explicamos en las páginas centrales de este periódico, la sociedad estatal como tal es irreformable. Por eso nosotros (nos) proponemos ir al encuentro de las mejores expresiones humanas de las cuales partir y fortalecernos. Por ejemplo, en algunos barrios populares como Las Antenas, de la mano de las mujeres, los vecinos hacen tesoro del conocimiento para cuidarse entre sí y defenderse de los narcos y de la policía. También en la vida cotidiana, prestar atención al cuidado recíproco puede hacernos sentir más seguros/as y hasta salvar vidas, como sucede muchas veces entre tantos grupos de amigas frente a los peligros que afrontan las mujeres. Muchas personas, incluso, eligen (cuando es posible) sustraerse de ámbitos en los que el riesgo contra la vida y la integridad es apremiante.
Creemos que unirse en la defensa de la vida, promover el conocimiento y fomentar la confianza entre las buenas personas, ser solidarios/as y atentas/os en nuestros ámbitos de vida, de trabajo y de estudio que es lo que nos puede permitir construir contextos humanos más benéficos, libres y seguros. Por el contrario, la enemistad, el racismo, la violencia machista y la discriminación es lo que nos aísla y nos deja más vulnerables.
Podemos elegir orientar mejor nuestro comportamiento, nuestro pensamiento y sentimiento, nuestros vínculos casuales y relaciones directas con los otros, nuestro protagonismo cultural y de valores positivos para poder convertirnos en sujetos activos de una mejor convivencia humana.

Publicado en Comuna Socialista 82