Los acontecimientos que
culminaron con el motín de Prigozhin siguen en curso y su evolución continúa
siendo impredecible. El protagonista fue el Grupo Wagner, el infame cuerpo
militar de decenas de miles de mercenarios, responsable de masacres y crímenes
en Ucrania (y en otros países, sobre todo en África) y defensor de dictadores
como Al Assad en Siria. Esta milicia, impulsada y protegida por Putin, estuvo
hasta ahora bajo sus órdenes, pero en una dinámica de creciente autonomía que
su jefe trató de defender a toda costa. Al comienzo del motín, Prigozhin
pretendía reemplazar a los líderes militares leales a Putin, acusados de
incapacidad para dirigir la guerra, pero también asestó un golpe directo al zar
y a su régimen, cuestionando la legitimidad misma de la agresión contra Kiev y
negando todas las motivaciones de Putin para la llamada “operación especial”.
Por su parte, el autócrata de Moscú acusó a Prigozhin de alta traición y de
intento de golpe de Estado, para después, finalmente, pactar una salida.
Sin embargo, se presenta poco
clara, frágil y momentánea, esta tregua en las luchas intestinas del régimen,
destinadas a continuar.
En cualquier caso, es la crisis
más grave vivida hasta ahora por el régimen de Putin, más aún con una guerra en
curso. El enfrentamiento Putin-Prigozhin y las disputas en el régimen ruso
ponen de manifiesto la lucha de poder que conflagra entre los enemigos de la
humanidad, entre los monstruos de la asesinabilidad: de esto no puede salir
nada positivo para la gente común, víctima de una cruel guerra en curso y de
las disputas intestinas del régimen ruso.
Estos últimos acontecimientos
confirman también que, en Rusia como en otras partes, en esta fase histórica de
decadencia de los poderes opresivos, la guerra y la política, su sierva, se
caracterizan cada vez más por el caos irracional y la irresponsabilidad, por la
crueldad y la peligrosidad de los poderes dominantes. Por eso los conflictos se
vuelven aún más sangrientos, fuera de control y conducidos con un belicismo
destructivo cada vez más exasperado. En él pueden proliferar o adquirir más
peso y poder personajes sanguinarios como Prigozhin, Kadirov u otros, de los
que Putin se ha servido, aparatos y brigadas de mercenarios y contratistas,
servicios secretos y tropas especiales de diverso tipo, todos bien presentes y
operativos en Rusia.
Por último, es sintomático de la crisis y de la locura de la política, de su peligrosidad para la gente común, el hecho de que un sanguinario y astuto especulador como Prigozhin, conocido como “el chef de Putin”, pueda irrumpir en la escena política, llegar a postularse a las cúpulas político-militares y poner en crisis un régimen como el del zar que, con mano de hierro, terrorismo de Estado y belicismo asesino, domina el país más grande del mundo y la segunda potencia nuclear mundial.
Publicado en Comuna Socialista 83