El pasado 25 de junio murió en
Suecia Hugo Blanco, dirigente revolucionario de reconocimiento internacional y
líder de revueltas campesinas en los años 60 en Perú. En esos años, supo animar
un inicio de reforma agraria protagonizada y defendida por los campesinos y
pueblos originarios de ese país, organizados en cientos de nuevos sindicatos
combativos, asamblearios e independientes. Fue un ensayo de sindicalismo revolucionario
de masas que logró suscitar un sentido de dignidad y de libertad en aquellos
pueblos postergados y martirizados desde la Conquista. Se trató de una
experiencia que, con la orientación y el apoyo de la corriente trotskista
dirigida por Nahuel Moreno, contrastó en tiempo real con el guerrillerismo
castrista y guevarista desde 1959, año de la revolución cubana.
Ser el referente de este
movimiento le valió también la persecución y condena a muerte por parte de
terratenientes y gobernantes; logró salvarse por el cuidado de los campesinos y
las campañas de solidaridad internacional a la que se fueron sumando personalidades
como Sartre, Simone de Beauvoir o Eric Hobsbawm. Un internacionalismo que el
también abrazó, luchando en su exilio junto a las y los trabajadores en
distintos países, por ejemplo, en los cordones industriales de Chile en 1973.
Tiempo después, sus elecciones
ideológicas y éticas fueron virando en sentido regresivo. Más allá de que su
sensibilidad junto a los últimos parece haberlo acompañado hasta el último
suspiro, fue acentuando cada vez más en su pensamiento la idea del “cambio
desde arriba”, buscando atajos políticos que iban en detrimento del
protagonismo directo junto a los últimos. Primero adhiriendo, ahora sí, a la
estrategia político-militar apoyada por la tendencia mayoritaria de la Cuarta
Internacional (dirigida por Mandel) en ocasión de la revolución nicaragüense
del 79, lo que lo llevó a romper con Nahuel Moreno, quien dirigía la tendencia
que estaba en minoría y que defendía la estrategia de la movilización popular y
la construcción de organismos de poder desde abajo. Y más tarde en los 90,
uniéndose a corrientes autonomistas e indigenistas que lo llevaron a apoyar la
experiencia del chavismo venezolano y del MAS de Evo Morales en Bolivia,
máximos representantes del caudillismo autoritario en este continente.
Para nosotras/os, inspiradas/os
en el humanismo socialista, aprender del coraje y la determinación con que Hugo
Blanco enfrentó a los Estados junto a los últimos en los años 60 es inseparable
de señalar sus contradicciones y tropiezos, cuestión a la que renuncia la
izquierda trotskista argentina, que con esto lo deshumaniza y se contenta a la
vez con hacer una apología del “luchador”. ¿Será tal vez porque en el fondo
comparten la expectativa de un Estado que puede cambiar la sociedad en
beneficio de los explotados y oprimidos?
Publicado en Comuna Socialista 83