Piqueteros: el desafío de abrir nuevos caminos (parte II)

Por Mario Larroca

Solo unos días después de la entrega de la primera parte de este ensayo volverían a estar en el centro de la escena, aunque por razones bien diversas, los piqueteros de dos provincias del norte argentino. El 20 de junio, el gobernador radical de Jujuy, Gerardo Morales, desató una brutal represión contra docentes, comunidades originarias y organizaciones sociales que cortaban la Ruta 9 en rechazo a una reforma constitucional que prohibía precisamente el bloqueo de rutas y calles. Por su parte, en el Chaco hay cada vez más pistas que comprometen al dirigente social chaqueño Emerenciano Sena (mano derecha del gobernador kirchnerista Capitanich), a su hijo y a su esposa, por la desaparición y el crimen macabro de Cecilia Strzyzowski.
Estamos intentando comprender, desde el presente, las líneas de tendencia que conciernen a estas originales expresiones de la emersión humana, las comunidades piqueteras, surgidas hacia fines de los años 90 en pequeñas localidades de Neuquén y de Salta.
 
El horror de los opresores 
¿Qué es lo que espanta a la burguesía decadente de los piquetes y que está ocasionando que la perspectiva de prohibición, de punición y su represión lisa y llana (expresada por el siniestro Espert como “cárcel o bala”) o su judicialización (como propusiera Cristina Kirchner) unifique a “halcones” y a “palomas”? Pensamos que, como mínimo, tres cuestiones. En primer lugar, su natural insensibilidad y desprecio por la gente común sumida en la pobreza (“¡Lanzallamas a la Villa 31!”, reclamó el homófobo y racista Franco Rinaldi, primer candidato a diputado porteño de Juntos por el Cambio), es decir, por más de la mitad del país a la que estos sátrapas le han expropiado todo y a la que ahora pretenden sacarle también el derecho a protestar. Se apoyan para ello en un sentido común individualista y prepotente que es transversal al interior de la fragmentada sociedad estatal, pero cuyo “megáfono” se encuentra en los sectores medios de las principales ciudades. En segundo lugar, temen que las personas y comunidades que emergen en forma incontrolada puedan vislumbrar destellos de una convivencia más satisfactoria, auténtica y ecuánime por fuera de su perversión moral y de las tradiciones que sostienen su dominio. Por último, la interrupción del tránsito en rutas nacionales complica la dinámica de circulación de capitales privados y presiona a la vez sobre el Estado para el otorgamiento de planes sociales, lo que obstruye la normal realización de la voracidad patronal y estatal.
 
Dilemas de este lado de la ruta 
Lamentablemente, la mayoría de las organizaciones de la izquierda política han sido parte constitutiva, en paralelo a las organizaciones sociales peronistas, del proceso de institucionalización de las comunidades piqueteras. En vez de alentar el crecimiento de una conciencia independiente y una práctica de protagonismo directo y alternativo a la tutela estatal, las fuerzas de la actual “Unidad Piquetera” se han concentrado en la pelea superestructural, en la administración de los planes y en el arrastre de sus beneficiarios a acciones de presión centralizadas y lejanas de sus ámbitos cotidianos de vida. La subestimación del factor subjetivo, junto con la absolutización de “la lucha” como elemento resolutorio en sí, estuvo presente desde los inicios. Por ejemplo, en agosto de 2002, el PO aseguraba que el movimiento piquetero de Argentina había “encarado y resuelto el desafío mayor que el capitalismo le ha impuesto a la clase obrera, el de superar la disgregación como consecuencia de la desocupación en masa”. El objetivismo, la obsesión por forzar una rápida nacionalización de la experiencia de los piquetes y por “elevarla” a la lucha por la toma del poder político quedó en evidencia en la primera Asamblea Nacional Piquetera, realizada en julio de 2001 en La Matanza. Allí, tanto el discurso de Altamira (PO), como el de D’Elía (MTV), Lozano (CTA) y Alderete (CCC) propusieron, de diferentes modos, reconducir la radicalización piquetera a los marcos institucionales: los “duros” clamaban por una Asamblea Constituyente y los “blandos”, por una política redistributiva más justa. Paradojas del destino –o, más bien, consecuencia dramática de la lógica de construir un “Estado mayor” del “movimiento”, sumada a la posterior cooptación kirchnerista a partir de 2003–: el discurso más radical e independiente en dicha Asamblea fue pronunciado por un joven chaqueño, orgulloso entonces de no haber trabajado jamás para ningún partido y disponible a hacerlo, sí, por un gobierno “de los obreros” y no “para los obreros”. Ese joven era Emerenciano Sena.
De cara a la nueva irrupción de dignidad y de coraje antirrepresivo en Jujuy, dejamos planteados algunos dilemas. ¿(Re)conocer a las y los piqueteros como una subjetividad comunitaria nacida al calor de exigencias locales o considerarlos un “movimiento nacional” homogeneizado artificialmente y desde arriba? ¿Batirse por el protagonismo estable de las comunidades en lucha, por el fortalecimiento de su conciencia en base al diálogo sobre valores junto con las personas voluntariosas o reproducir la lógica instrumental de los Estados para subordinarlas a la política de los partidos (cada vez más disciplinada, a su vez, por las “agendas electorales”)? La solidaridad de las y los vecinos y el rol fundamental de las mujeres, aspectos que reaparecen una y otra vez, ¿son parte de nuestros fines para una convivencia humana mejor o son un medio para sacar ventaja en la relación de fuerzas con los poderosos?
 
Publicado en Comuna Socialista 83