Concepciones y prácticas de la izquierda al debate (1): la época en que vivimos


Por Mario Larroca
La reflexión que ofrecemos a continuación se encuadra en el proceso de preparación de un manifiesto programático para nuestra organización, Comuna Socialista. Para nosotros, un aspecto de particular importancia a la hora de pensar un nuevo compromiso de izquierda inspirado en el humanismo socialista concierne al hecho de buscar hacer cuentas con las visiones de la izquierda política dominante, que en nuestro medio es de extracción trotskista. Se trata de una polémica fraterna pero rigurosa, dirigida a miles de personas que, siendo sensibles y solidarias con los últimos y sintiéndose parte del espectro de la izquierda revolucionaria, intuyen la necesidad de ir más allá –o incluso de sustraerse– de la disputa por espacios de poder negativo dentro del Estado. Se trata también de un desafío para nosotros y nosotras de CS, y no solo porque varios/as de quienes fundamos este grupo (gracias a la Corriente Humanista Socialista) fuimos parte, décadas atrás, de la construcción del viejo MAS. Hoy nos estamos poniendo como exigencia positiva el reconocer las raíces humanas que animan a tantas personas a comprometerse por el bien y la libertad, lo que es inseparable de ser más íntegros, concretamente capaces de ser revolucionarios mejorándonos, construyendo relaciones y colectividades independientes y alternativas a la decadencia del mundo de los opresores.
Tomaremos como referencia algunas elaboraciones del PTS, por ser el partido con mayor implantación social y por su búsqueda de actualizar, aunque sin renovar, una teorización de “la estrategia y las tácticas bolcheviques”. Para el PTS sigue abierta la época del imperialismo, de crisis económicas, guerra y revolución, tal como definiera Lenin en 1916. La hipótesis es que si la clase obrera se rebela vendrán nuevas crisis y catástrofes y así se van a crear las posibilidades para la “ofensiva”, es decir la revolución social violenta y la guerra civil que conquiste el poder político, destruya el Estado burgués y construya otro tipo de Estado transicional hacia el comunismo. Mientras ello no ocurra –de acuerdo con el esquema de “enriquecer el marxismo a partir de la apropiación crítica del pensamiento militar contemporáneo”– la táctica consistiría en luchar en forma “defensiva”, o sea “utilizando los resquicios de la democracia burguesa para acumular fuerzas construyendo el partido revolucionario”. La principal misión de este último (que en el país sería el PTS) es levantar un programa de transición, de articulación entre la fase defensiva y la ofensiva, para elevar la conciencia de las masas con consignas que apunten a la radicalización de la democracia, empezando por la Asamblea Constituyente.
Primera cuestión: ¿cómo es posible asegurar que seguimos viviendo en la misma época histórica de hace cien años? ¿Tiene mayor relevancia el paso del capitalismo de libre mercado al monopolista que la devastación humana, material y moral de dos guerras mundiales, verdaderas carnicerías que implicaron la aniquilación de cien millones de personas? ¿Hasta dónde puede llegar la vara insensible y sorda del determinismo económico? ¿Qué tiene que ver la composición y el recorrido subjetivo de las clases y sectores subalternos actual con la de un siglo atrás como para continuar aferrándose a la idea de un proletariado ontológicamente liberador? ¿No habrá llegado la hora de romper con el mito burgués racionalista moderno de un progreso industrial que conducirá a la humanidad al dominio completo sobre la naturaleza? ¿Por qué no sustraerse a la falacia de que este sea el curso esperable de la Historia? ¿Por qué suponer inevitable la violencia, la guerra y la destrucción?
Segunda cuestión: dentro de esta lógica y de esta mirada global, la consideración de la guerra como antesala de la revolución, así como la teorización de la violencia simétrica y especular de los oprimidos para con los opresores, nos habla de hasta qué punto las vanguardias políticas se han contagiado la enfermedad belicista. Para nosotros, quecontinuamos aprendiendo de Rosa Luxemburg –única marxista revolucionaria que desafió positivamente este lastre–, la guerra aleja la posibilidad de una verdadera revolución humana, en la medida en que representa una devastación material, conciencial y moral para los oprimidos. Pero, para el PTS el elemento subjetivo –reducido a la vez a “batalla ideológica”– debe subordinarse a la experiencia de la lucha práctica por el poder del “nuevo” Estado que representaría una mecánica de ingeniería social-militar que, en los hechos, anula y somete a la dictadura del “proletariado” (a su vez sometida al Partido) la iniciativa posible y el protagonismo popular alternativo de los de abajo.
En suma, para nosotros, la fundación del sistema democrático occidental en 1945, que comportó la de un subsistema burocrático totalitario, es un hecho insoslayable. Ha extendido el dominio burgués a todas las esferas de la existencia –no solo en lo material, también en lo cultural, en lo militar y en la vida cotidiana–, cambiando la percepción del mundo y de los otros en millones de personas de todas las latitudes. La comprensión de este hecho desde el presente implica, para quien se propone un compromiso de transformación de la vida en sentido emancipatorio, luchar contra el belicismo sin control de todos los Estados por fuera de sus lógicas de asesinabilidad. Lo contrario supone, aun con una fraseología revolucionaria, someterse a la idea de la ampliación de los márgenes del sistema democrático y postularse para ocupar espacios de poder dentro del mismo, como lamentablemente estamos corroborando con el circo electoral de estos días.

Publicado en Comuna Socialista 84