Por Facundo Esteban
Estamos obligados a interactuar con robots: una
solicitud de turno para un trámite o una simple consulta telefónica pueden enfrentarnos
a un bot, que ofrecerá una lista de respuestas preprogramadas. Además de
la evidente incomodidad y pérdida de tiempo que esto supone, se trata apenas de
la punta del iceberg de la aplicación de computadoras con sistemas de respuesta
y toma de decisiones.
Desde hace varios años, Estados y grandes empresas
utilizan métodos automatizados para procesar grandes volúmenes de información e
intentar determinar futuras tendencias o predecir comportamientos de variables en
sistemas complejos. Entre los ejemplos, podemos encontrar empresas corredoras
de bolsa, predictores meteorológicos, reconocimiento facial, monitoreo en redes
sociales, espionaje de telecomunicaciones, pilotaje de aviones, etc.
Todos estos casos de aplicación han ocasionado
problemas con graves consecuencias: la bancarrota de empresas debido a
operaciones de bolsa liquidadas en fracciones de segundo, la manipulación de
información difundida a través de redes sociales, el espionaje sobre activistas
y opositores, la discriminación de inmigrantes en ayudas sociales y la muerte
de cientos de personas en accidentes de aviación (1). Sin embargo, estos
sistemas no son cuestionados de raíz, en el mejor de los casos solo se han
sugerido “correcciones del código”.
En forma más reciente, los modelos se han adaptado y
abaratado lo suficiente como para que sean aplicables en muchas otras
situaciones. En particular, aquellos que pueden elaborar sus respuestas en
forma más comprensible para el usuario pretenden reemplazar a los seres humanos
en el mercado laboral: ya es habitual, por ejemplo, en la atención de
call-centers o en la escritura de guiones. Es así que muchas personas están
siendo reemplazadas por algoritmos que hacen (peor) su tarea con el único
objetivo de reducir costos.
Mientras tanto, los gurúes de la tecnología aseguran
que este es solo el inicio y prometen nuevas aplicaciones para el público
masivo en el corto plazo, tales como el ya estrenado Chat GPT.
El uso de estas herramientas, lejos de significar un
avance, implica no solo el embrutecimiento de nuestro sistema cognitivo y
sensorial, sino también una amenaza al desarrollo de las facultades humanas. El
término “inteligencia artificial” no es inocente, ya que insinúa que una
característica humana compleja se reduce a una acepción analítica, supuesta “razón
pura”, a su vez simplificada y cercenada a través de algoritmos programados en
lenguaje de computación. ¿Podemos acaso separar sensaciones, experiencia,
empatía, valores, creatividad, imaginación, memoria, emociones o sentimientos cuando
pensamos? ¿Queremos que las máquinas realicen funciones cognitivas por
nosotros, aun a costa de atrofiar su desarrollo? ¿Es buena idea que un sistema
informático tome decisiones que pueden tener consecuencias insospechadas sobre nuestra
vida y la de los demás?
Por otro lado, estos sistemas con pretensiones de
raciocinio han sido programados, orientados y financiados por los grandes
padrinos de Silicon Valley, que se aseguran tanto sus beneficios económicos
como el enorme poder de influenciar a millones de personas sin mancharse las manos,
utilizando el oscurantismo del algoritmo.
Podemos enfrentar los intentos de degradación de nuestra vida a través de los dispositivos electrónicos. Elijamos convertir una búsqueda en internet en la lectura de un libro o en una consulta a una persona que nos pueda ayudar a desarrollar nuestras propias ideas. Transformemos un mensaje de texto en una llamada o, mejor aún, en un encuentro. Apreciemos la inmensa complejidad de una conversación cara a cara. Seamos protagonistas de una realidad humana y no virtual.
1)
https://www.elmundo.es/cronica/
2019/03/19/5c8c083221efa07f0e- 8b45b5.html
Publicado en Comuna Socialista 84