A 50 años del golpe de Estado en Chile: una ilusión truncada

Ignacio Ríos


Este 11 de septiembre se cumplen cincuenta años del golpe de Estado de Augusto Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende en Chile. Por un lado, hoy sigue siendo fundamental denunciar a una de las dictaduras militares más sangrientas del Cono Sur, sobre todo ante la actual ofensiva de las derechas que, en Chile, se aprecia en el avance del Partido Republicano de José Antonio Kast. Por el otro, la trágica experiencia de la Unidad Popular de Allende en los 70 manifiesta los límites insalvables de los proyectos de liberación que asumen y adoptan los criterios, las herramientas y las instituciones del orden establecido.
 
Un proceso de radicalización
 
El Chile de fines de la década de 1960 estaba surcado por luchas y movilizaciones populares ante las que el gobierno demócrata-cristiano de Eduardo Frei no tenía otra respuesta que la represión. En ese contexto, llegó a la presidencia Salvador Allende en 1970 a la cabeza de la Unidad Popular (UP), un frente conformado por el Partido Socialista (PS), el Partido Comunista (PC) y otros. La UP implementó un programa de gobierno reformista consistente en la nacionalización de los recursos naturales como el cobre, la expropiación del latifundio y el control estatal del comercio exterior y de las industrias estratégicas, con congelamiento de precios y redistribución del ingreso. Lo particular es que, para ellos, esta batería de medidas –que otras veces se han visto, tanto antes como después– significaba el inicio de una “vía chilena al socialismo” en tanto modelo más “pacífico” que el método guerrillero, tan difundido por la región luego de la revolución cubana.
La realidad es que tanto la “vía pacífica” como la “vía armada” suponían la creencia en un socialismo de Estado fruto de transformaciones implementadas de arriba hacia abajo, desde un aparato estatal al que se accede legalmente o bien con un asalto militar. Al día de hoy, estas concepciones siguen pesando en la izquierda, todavía creyente en un cambio social totalizador que, además de que solo puede implementarse desde el Estado (instrumento de opresión y guerra, sin excepción), siempre implica autoritarismo.
Aquellas medidas de la UP no fueron del agrado de los rabiosos sectores concentrados de la burguesía local e internacional que, amparados por el inicio de una crisis económica, realizaron una huelga o lock-out patronal en octubre de 1972. Lo que no se esperaban fue que las y los trabajadores habrían de responder tomando las fábricas y poniendo en pie Cordones Industriales, Comités Coordinadores y Comandos Comunales a través de los que se autoorganizó la producción y distribución sin patrones. También eran ámbitos de discusión sobre la situación y de defensa en común de los ataques armados de la derecha. Este rico proceso –lo más cercano que hubo en Chile a una revolución social– había logrado detener temporalmente a la derecha y a sus intenciones golpistas, pero no era bien visto por el gobierno. Allende y los suyos estaban más interesados en las negociaciones parlamentarias y en el acercamiento con sectores de las Fuerzas Armadas que, insólitamente, ingresaron a su gabinete. Esto habla del verdadero carácter de la UP, temerosa de la radicalización social y cuyos partidos políticos llamaban a sus afiliados a no sumarse a los Cordones Industriales y a levantar las tomas de fábricas. Esta confusión y dispersión debilitó a los sectores populares que, más allá de algunas resistencias aisladas, ya no tuvieron la fortaleza para detener un golpe como el del 11 de septiembre. Se trata de la consecuencia concreta de aferrarse a los criterios burgueses dominantes, lo que, a la hora de la verdad, terminó por obstaculizar la gran experiencia de autoorganización popular de los Cordones, el mejor recurso que había para frustrar los planes de Pinochet y su banda de asesinos.
 
Años de tragedia
 
Los militares asaltaron el Palacio de la Moneda mientras Allende se suicidaba en su despacho. El golpe de Estado finalmente se había consumado gracias a la acción conjunta de la burguesía, los militares, empresas internacionales como la yanqui ITT y la CIA, la agencia de inteligencia norteamericana que, por mandato del gobierno de Nixon y Henry Kissinger, desde hace años operaba en las sombras contra un gobierno poco confiable. La revancha contra los sectores movilizados fue sangrienta: la dictadura militar prohibió los partidos políticos y sindicatos, recortó brutalmente las libertades, censuró los medios de comunicación y, a través de la temible Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), comenzó a perseguir y reprimir opositores. Algunos miles fueron detenidos y luego desaparecidos, aunque el principal método de disciplinamiento del pinochetismo fue la tortura, para lo cual se convirtió al Estadio Nacional de Santiago en un verdadero campo de concentración para miles de personas. Mientras tanto, Pinochet delegó la política económica en los “Chicago Boys”, grupo de economistas defensores a ultranza del neoliberalismo y las privatizaciones.
A diferencia de lo que pasó con la dictadura militar argentina, la transición a la democracia, consumada en 1990, fue conducida por el mismo régimen militar. A pesar de las protestas y las investigaciones por violaciones a los derechos humanos, Pinochet nunca fue juzgado por sus crímenes, continuó siendo Comandante en Jefe de las FF.AA. y luego senador vitalicio, lo que lo protegió de los procesos judiciales en su contra. Solo estuvo temporalmente tras las rejas en ocasión de un viaje por salud a Londres, donde lo apresaron por sus delitos. Poco después sería liberado y regresaría a Chile, donde murió en 2006, recibiendo honores fúnebres por su carrera militar, además de que la Constitución que promovió en 1980 es la que sigue vigente en el país.
La dictadura militar chilena de 1973-1990 demuestra hasta dónde son capaces de llegar las minorías para fortalecer su dominio, pero también, lamentablemente, dejó un agrio sabor de impunidad que todavía pesa como un irresuelto y constituye una afrenta para la dignidad humana y su memoria.

Publicado en Comuna Socialista 85