Crisis habitacional: necesidades para pensar en común

Camilo Sans



El habitar, una capacidad humana afirmativa que remite al plano material en el que se expresa nuestra relación con el espacio y con los demás, es un aspecto vital continuamente atacado por la burguesía. Su dominio desde los comienzos de la urbanización moderna ha implicado la negación de las necesidades humanas elementales de las grandes mayorías y su segregación, una injusticia sancionada por la sacrosanta “propiedad privada” garantizada por los Estados y sus fuerzas represivas. ¿Es posible reapropiarnos de este aspecto ineludible de la vida y pensarlo de forma alternativa, buscando un bien compartido?
La necesidad de vivienda, para la burguesía, no es más que una ocasión para hacer negocios. La avaricia y la inmoral sed de acumulación conduce a los grandes propietarios a apostar por la especulación inmobiliaria (atraída por el fuerte aumento del valor del suelo), sin importarles las exigencias de las personas para las cuales cada vez es más lejana la posibilidad de acceder a la vivienda propia. Ellos son los principales responsables de que cada vez sea más difícil encontrar un lugar para vivir mientras no paran de construirse edificios destinados al turismo extranjero a través de plataformas como Airbnb. También, del recurrente proceso de gentrificación que determina que los espacios urbanos donde mejora la calidad de vida no puedan ser disfrutados por los más humildes, producto del aumento del costo del nivel de vida que los expulsa hacia los lugares más desfavorecidos y peligrosos.
Lamentablemente, esas lógicas mercantiles y egoístas también contaminan a algunos pequeños propietarios que dependen de una renta para llegar a fin de mes, quienes se dejan arrastrar por el miedo a pactar aumentos que al poco tiempo queden por debajo del precio de mercado y prefieren no alquilar, perjudicándose a sí mismos y a los inquilinos. Como muestran los disparatados números de inflación, la ley de la oferta y la demanda no garantiza precios justos, sino que aumenta la diferencia entre los propietarios y los inquilinos. Algunas personas desesperadas por la falta de lugar para vivir confían en que sea el Estado el que contrarreste esa situación de desigualdad forzando a los dueños a alquilar las viviendas vacías para incrementar la oferta.
Recordemos la actitud que tuvieron muchos dueños durante la cuarentena cuando –tomando conciencia de las necesidades de los demás– permitieron que los inquilinos en dificultades permanecieran en sus casas, confiando en que iban a retribuir el gesto cuando pudieran. Ahora ya no estamos en pandemia, pero sí ante una gran crisis económica frente a la cual tenemos la posibilidad de elegir ser más solidarios y confiados con los más desprotegidos sintiendo sus problemas como propios, apostando por la reciprocidad.

Publicado en Comuna Socialista 85