Concepciones y prácticas de la izquierda al debate (2): de la guerra al Parlamento sin escalas

Mario Larroca

El mes pasado ensayábamos un inicio de diálogo polémico con las fuerzas más importantes del trotskismo argentino, especialmente con el PTS. Nos concentrábamos –y queremos continuar por esa ruta– en lo que a nuestro entender son las principales bases teóricas que explican la andadura crecientemente interna a las lógicas y a las instituciones dominantes y, por lo tanto, ajenas a las necesidades y aspiraciones materiales, morales y culturales más urgentes de las y de los últimos. Hemos señalado, por ejemplo, algunos problemas derivados de la vocación estatalista, dogmática y conservadora expresada en el supuesto de la “plena vigencia de la categoría de imperialismo, que sostiene que el mundo se sigue dividiendo entre países opresores y una mayoría de países oprimidos, y que la competencia de los países capitalistas más poderosos del mundo y sus capitales financieros por la expoliación del resto del mundo está en la base de la rivalidad entre los Estados”1. Que el punto de partida para proyectar alternativas de liberación continúe siendo la dinámica de la economía burguesa monopolista y de los Estados –nacidos de y para la guerra– no parece gratuito. Decimos esto porque creemos que redunda, por un lado, en una visión que reduce lo humano a la capacidad de producir mercancías, como si las personas fuésemos una función mecánica del progreso industrial. La consecuencia de esta visión determinista es la negación de la raíz antropológica subjetiva de los seres humanos y con ella del papel de la relacionalidad, de los sentimientos y de la conciencia en nuestros comportamientos y elecciones en la vida.
Otra de las consecuencias es el haber asimilado como propio el belicismo del sistema, concibiendo a la guerra como condición de la revolución socialista y a la propia revolución como una guerra dirigida por “el partido de la clase obrera” hacia la toma del poder del Estado. Por esto se sigue usando el ejemplo de la Primera Guerra Mundial porque ella habría dado lugar “al triunfo de la revolución rusa de octubre del 17”. Se enarbola como modelo aquella operación político-militar (sí, un golpe) que sustituyó el poder de los soviets por el del Partido Bolchevique. Por la misma razón se sigue defendiendo ese verdadero crimen contra el socialismo que fue la represión de dicho partido a la comuna socialista y libertaria de Kronstadt en 1921. El sacrificio de centenares de miles de vidas humanas –tantas de ellas portadoras de biografías de una integridad extraordinaria y probadamente revolucionarias– y de la naturaleza primera se justifica en aras del acceso al poder del Estado o de la conservación del mismo en nombre de la “dictadura del proletariado”. Esta racionalización del poder opresivo2 es la ley de hierro de toda política, también de la marxista revolucionaria.
 
Haciendo votos
 
La internidad de esta izquierda a las agendas sistémicas tal vez pueda comprenderse mejor en tiempos de no guerra/no revolución como el actual en nuestro contexto. So pretexto de seguir la audaz idea de Trotsky de construir un puente o programa de transición entre las exigencias más sentidas por el pueblo pobre y la conquista del poder político, anida un auténtico anhelo: la ampliación progresiva de la izquierda dentro del escenario decadente. Preguntémonos si no el porqué del carácter vitalicio de la consigna “Asamblea Constituyente”, tan perniciosa en el desvío del curso autogestivo de la llamarada revolucionaria de 2001 como en la actualidad para sembrar expectativas en una suerte de “purificación institucional”. La idea de que se “constituya” una nueva mediación estatal parece no prescribir. En lugar de contribuir a echar luz sobre las motivaciones humanas más profundas que se intuyen en las expresiones de dignidad para hacerlas crecer en términos de protagonismo directo, de reflexión y de organización, se hace omnipresente la lógica delegativa a través de la frenética actividad electoral y parlamentaria, así como la presencia en los multimedios y a través de los canales de la deshumanización digital, lo que ha llevado a la casi total cancelación de sus prensas escritas.
Volviendo al inicio, ¿qué significaría la no distinción entre guerra y revolución3 en la actual fase de la humanidad? Promover el choque físico con la burguesía –es decir, con quienes tienen el monopolio de las armas, incluso de aquellas que podrían destruir el planeta en segundos– implica empujar a los explotados y oprimidos a sucumbir a la lógica de asesinabilidad del totalitarismo democrático imperante. Por lo tanto, aun con la remota hipótesis de que fuera posible doblegarlo en el plano militar, significaría perder. Supondría resignar la posibilidad de partir de la tensión a la vida, al bien, a los otros y a la conciencia que son connaturales a cada ser humano, y que pueden ser identificadas y orientadas positivamente gracias a la raíz moral y ética propia de nuestra especie. Esto podría, desde ahora mismo, suscitar elecciones de vida alternativas respecto del mundo en ruinas de los opresores –y de quienes desde abajo intentan imitar sus pútridos desvalores– dando vida a colectividades independientes, de protagonismo indelegable, creativo, libre y benéfico de las mujeres y de los hombres voluntariosos, a construirse en las luchas y en la vida cotidiana. Por nuestra parte, los ámbitos que construimos inspirados en una lógica de comunión y que buscamos promover son necesariamente sustractivos de la mezquindad estatal y patronal propia de las instituciones democráticas, porque el humanismo socialista y revolucionario no reclama ni tiene lugar para existir en el campo del enemigo.


1Diego Lotito, Ideas de izquierda, 11/7/2021.
2Dario Renzi, Las desventuras de la revolución socialista, Ediciones Comuna, 2018, pág. 262.
3A propósito de esto, el Nuevo MAS ha comenzado a sustituir el concepto de lucha de clases por el de guerra de clases.

Publicado en Comuna Socialista 85