Más
allá del carácter sangriento del reciente proceso electoral ecuatoriano
–coronado por el asesinato del candidato Fernando Villavicencio–, la violencia
se extiende a todo nivel en el país. En lo que va del año se produjeron cerca
de 5000 muertes violentas, principalmente a causa del fortalecimiento de las
bandas de narcos. La vida en común se volvió un factor de peligro en sí mismo,
una de las más claras manifestaciones de la decadencia de la política democrática
en nuestro continente.
¿De qué manera la gente común afronta esta situación? Desde hace tiempo, la violencia estatal, paraestatal, criminal y de género es una las causas principales de la emigración, la decisión en ocasiones más directa y sabia para sustraerse de contextos hostiles. En otros casos, las personas deciden tratar de resistir en el territorio dando lugar a fenómenos de autodefensa.
Es interesante observar cómo las personas están tratando de hacer cuentas con la aceleración de la violencia en Ecuador, uno de los países sudamericanos considerados, hasta hace poco, más seguros. En este sentido, la situación llegó al punto de que, en algunos barrios populares de Quito, los vecinos realizaron patrullajes nocturnos con palos y las caras cubiertas para propinar palizas a los presuntos delincuentes o arrojar bombas molotov a las viviendas de vendedores de droga. En numerosos barrios de la capital hay carteles que dicen “Barrio organizado. Ladrón atrapado será quemado” y, hasta el momento, por lo menos una vez, ya han prendido fuego a un ladrón que fue salvado por la policía.
Muchas personas están desesperadas, también por el desprecio de los gobiernos de turno que, más bien, se nutren de los negocios del crimen organizado. Sin embargo, acciones de este tipo, que intentan reorientar en otra dirección –simétrica y opuesta– la violencia sufrida en carne propia, contribuirán a extender la lógica bélica que brota de los Estados, narcos y criminales haciendo que la situación social sea aún más insegura y caótica.
Parecen más promisorias las oportunidades en las que las personas recurren a “armas” más nobles. A través de alarmas y mensajes, varios comerciantes de la barriada de Atucucho, por ejemplo, acudieron a un negocio en problemas y lograron echar a los chantajistas que exigían dinero todos los meses a cambio de una supuesta protección. Este tipo de respuesta puede ser más efectiva y también permite volver a construir tramas de cooperación y colaboración, por lo menos a nivel barrial.
La situación es difícil y extremadamente delicada. Muchos interpretan que estas redes locales sirven para realizar rápidos linchamientos amedrentadores y sobre ellos actúan sectores de la política que quieren sacar tajada con promesas de “mano dura”. Otras personas las usan, en cambio, para ayudar, cuidarse y enfrentar en común los peligros, lo que pone de manifiesto la importancia de los más elementales recursos humanos. No hay soluciones fáciles ya que el belicismo, incluso en sentido cotidiano, es la norma bajo el dominio de los Estados, pero quizás volver a los basamentos de toda comunidad humana, como la solidaridad y el conocimiento, sea el camino más efectivo para defender la vida en estos momentos.
¿De qué manera la gente común afronta esta situación? Desde hace tiempo, la violencia estatal, paraestatal, criminal y de género es una las causas principales de la emigración, la decisión en ocasiones más directa y sabia para sustraerse de contextos hostiles. En otros casos, las personas deciden tratar de resistir en el territorio dando lugar a fenómenos de autodefensa.
Es interesante observar cómo las personas están tratando de hacer cuentas con la aceleración de la violencia en Ecuador, uno de los países sudamericanos considerados, hasta hace poco, más seguros. En este sentido, la situación llegó al punto de que, en algunos barrios populares de Quito, los vecinos realizaron patrullajes nocturnos con palos y las caras cubiertas para propinar palizas a los presuntos delincuentes o arrojar bombas molotov a las viviendas de vendedores de droga. En numerosos barrios de la capital hay carteles que dicen “Barrio organizado. Ladrón atrapado será quemado” y, hasta el momento, por lo menos una vez, ya han prendido fuego a un ladrón que fue salvado por la policía.
Muchas personas están desesperadas, también por el desprecio de los gobiernos de turno que, más bien, se nutren de los negocios del crimen organizado. Sin embargo, acciones de este tipo, que intentan reorientar en otra dirección –simétrica y opuesta– la violencia sufrida en carne propia, contribuirán a extender la lógica bélica que brota de los Estados, narcos y criminales haciendo que la situación social sea aún más insegura y caótica.
Parecen más promisorias las oportunidades en las que las personas recurren a “armas” más nobles. A través de alarmas y mensajes, varios comerciantes de la barriada de Atucucho, por ejemplo, acudieron a un negocio en problemas y lograron echar a los chantajistas que exigían dinero todos los meses a cambio de una supuesta protección. Este tipo de respuesta puede ser más efectiva y también permite volver a construir tramas de cooperación y colaboración, por lo menos a nivel barrial.
La situación es difícil y extremadamente delicada. Muchos interpretan que estas redes locales sirven para realizar rápidos linchamientos amedrentadores y sobre ellos actúan sectores de la política que quieren sacar tajada con promesas de “mano dura”. Otras personas las usan, en cambio, para ayudar, cuidarse y enfrentar en común los peligros, lo que pone de manifiesto la importancia de los más elementales recursos humanos. No hay soluciones fáciles ya que el belicismo, incluso en sentido cotidiano, es la norma bajo el dominio de los Estados, pero quizás volver a los basamentos de toda comunidad humana, como la solidaridad y el conocimiento, sea el camino más efectivo para defender la vida en estos momentos.
Publicado en Comuna Socialista 85