Gobierno de Lula en Brasil: rápidas desilusiones

Por Ignacio Ríos

El 1 de enero de este año, el histórico líder indígena Raoni Metuktire acompañó a Lula por la rampa de acceso al Palacio del Planalto como señal de apoyo a su presidencia. Unos meses después, Raoni invitó a Lula a un congreso de poblaciones indígenas en Mato Grosso para tratar temas como la demarcación de tierras y la minería. El problema es que el presidente no fue. Los referentes indígenas, bastante molestos, se preguntaron con razón: “El cacique Raoni ya atendió su llamado. Y ustedes ¿cuándo atenderán el nuestro?”.
El faltazo no se debe tanto a las cuestiones de salud que Lula debió resolver esa semana, sino a los proyectos en los que está embarcado y que representan una contradicción en su discurso de defensa del medio ambiente: la renovación de la licencia de la presa hidroeléctrica de Belo Monte que afecta al río Xingu, una perforación petrolífera en la desembocadura del Amazonas y la construcción de una autopista y una ferrovía en ese verdadero pulmón verde del mundo, ya sufriente a causa de la deforestación de niveles históricos de la gestión de Bolsonaro.
Luego de su ajustada victoria electoral y del alivio entusiasta de millones de personas, Lula cosechó mucho desencanto, por la citada cuestión ambiental, por las demandas desoídas de los movimientos afrobrasileños e indígenas y por otras problemáticas. El veterano líder del PT había armado un gabinete con figuras progresistas y referentes de movimientos sociales que podían traer algo de oxígeno tras años de neofascismo, como Sônia Guajajara (al frente del ministerio de los Pueblos Indígenas), Marina Silva (en Medioambiente), Silvio Almeida (Derechos Humanos) o Anielle Francisco Da Silva (hermana de Marielle Franco, a la cabeza del ministerio de Igualdad Racial). Sin embargo, estos ministros poco pueden hacer, ni siquiera en sentido mínimamente reformista, debido a la falta de apoyo político y a los acuerdos del gobierno de Lula con el famoso Centrão, aquella constelación de formaciones políticas parásitas y conservadoras que básicamente viven de los negocios derivados de su cercanía con el Poder Ejecutivo. Muchas personas voluntariosas y de izquierda están decepcionadas porque Lula negocia abiertamente con la derecha, tanto en el Parlamento como hacia los procesos electorales por venir, y no está tocando los intereses de las minorías dominantes.
Todo esto expresa el verdadero carácter del gobierno del PT, pero también la existencia de una derecha fuerte y de un bolsonarismo sin Bolsonaro como candidato, con la posibilidad de otros liderazgos como el de Tarcisio Gómes de Freitas, aliado de las milicias paramilitares de Río de Janeiro. Lula está eligiendo no chocar con estos sectores, sino buscar acuerdos políticos, lo que puede generar nuevas frustraciones a futuro y envalentonar a los sectores más retrógrados de la sociedad. Es decir, lo que, justamente, había hecho posible el ascenso de Bolsonaro. Sin embargo, no se puede descartar que quienes lo votaron porque buscaban un Brasil más justo comiencen a hacer oír más claramente su voz poniendo freno a una nueva deriva reaccionaria.

Publicado en Comuna Socialista 86