✒ Ignacio Ríos
Parte de nuestra humanidad no se resigna ante la difusión de las guerras y emprende caminos, extenuantes y peligrosos, para buscar un mejor futuro en otras latitudes. Estos movimientos de emersión pueden representar la oportunidad de acoger, escuchar, conocer y, en consecuencia, ser mejores humanos, pero es una posibilidad coartada por el racismo y la inhumanidad de los Estados, incluso de los que se presentan más “avanzados” o “civilizados”.
El gobierno británico de Rishi Sunak, además de intentar deportar a los inmigrantes a terceros países, puso en funcionamiento una embarcación (el Bibby Stockholm) para los refugiados a la espera de la resolución de sus solicitudes de asilo. El problema es que, en vez de aguardar en la relativa libertad de un hotel en tierra firme, lo harán confinados en este verdadero buque-cárcel en las aguas del puerto de Portland (Dorset), bajo vigilancia constante. Los organismos de derechos humanos denunciaron muy justamente la situación, ya que se encierra en una prisión acuática apersonas que debieron atravesar el Canal de la Mancha con todos los traumas que ello implicó. Hasta los cuerpos de bomberos de la región advirtieron sobre el peligro y los riesgos sanitarios que implica aglomerar a cientos de personas en un espacio de esas características. De hecho, este barco de la vergüenza debió ser desalojado pocos días después del inicio de sus funciones al ser descubierta la bacteria de la legionela en su sistema de agua corriente, aunque todo indica que, cuando se solucione el problema dentro de unas semanas, las autoridades británicas volverán a recolocar a la gente allí.
Si nos vamos a la otra punta de Europa, nos daremos cuenta de que no solamente hay muros en la frontera de Estados Unidos y México. En el límite entre Grecia y Turquía, cerca del río Evros, hay uno de gruesos barrotes y cinco metros de altura, con soldados, drones y radares de última generación. Así es como el primer ministro griego Kyriakos Mitsotakis piensa detener loque define como “invasión”. En Grecia también se encuentran los Centros Cerrados de Acceso Controlado (CCAC) financiados por la Unión Europea, campamentos en donde se confina a inmigrantes y refugiados como si fuesen prisioneros. Médicos Sin Fronteras denuncia que, en los campamentos de Mavrovouni y Megala Therma, solo se reparte comida entre los que aún tienen en trámite sus peticiones de asilo. Quienes son refugiados o ya fueron rechazados simplemente no comen, lo que incluye a los niños deesas familias que ni siquiera reciben vacunas contra las enfermedades.
La misma lógica bélica que vemos en los campos de batalla se puede apreciar en los tratos deshumanos que los Estados dispensan a la gente en movimiento en sus fronteras y “patios traseros”. Muchas personas se activan contra esta ignominia en múltiples asociaciones e iniciativas de voluntariado. Quienes así lo elijamos podemos ser mejores llevando la humanidad en nuestros corazones contra los Estados asesinos, reflexionando sobre el significado del ser humanos y construyendo solidaridad y reciprocidad en nuestros ámbitos cotidianos.
Publicado en Comuna
Socialista 85