Una guerra empantanada y cada vez más amenazante


Por Ignacio Ríos
Nada hace suponer que la guerra en Ucrania vaya a terminar pronto ni pueden saberse las consecuencias a futuro, tanto desde el punto de vista regional como en cuanto a los equilibrios dominantes a nivel planetario. ¿Un estado de guerra crónico en el este de Europa? ¿La división permanente de Ucrania? ¿El estallido de un nuevo conflicto mundial que enfrente a los restos del sistema democrático con Rusia y China?
Lo que está claro es que este conflicto bélico incrementó la tensión entre todos los Estados y acrecentó el militarismo y los nacionalismos, haciendo del mundo un lugar aún más peligroso de lo que era antes.
Tampoco es posible esperar que, tras más de un año y medio de guerra, los contendientes cesen el fuego por simple agotamiento material, por lo menos en el corto plazo. Rusia prevé un aumento del 70% de su presupuesto militar para 2024, mientras que Zelenski está alegre por contar con tanques y misiles norteamericanos que le permitan desarrollar sus acciones defensivas-ofensivas (y los fabricantes de armas occidentales muy satisfechos por ello). La guerra impulsa la economía de los Estados y sienta las bases para grandes negocios a futuro, como la reconstrucción de las zonas devastadas.
Esto no implica que no haya fisuras en este círculo infernal. Países como Polonia, Hungría y Eslovaquia ponen el grito en el cielo por la penetración de productos agrícolas ucranianos que compiten con sus cosechas. Esto hizo que Polonia dejara de transferir armas a Ucrania luego de ser uno de sus más fieles apoyos. Se plantean problemas para la cohesión de la propia Unión Europea debido al choque entre los intereses estatales, que pueden ser cada vez mayores.
No podemos saber adónde llevará la situación, pero los Estados, dispuestos a todo para cumplir sus intereses, tampoco lo saben. El mundo que los opresores diseñaron está saltando por los aires y la gente común es la principal víctima de su irresponsabilidad deshumana y asesina. Son las víctimas de las guerras, en primer lugar, las mujeres, los ancianos y las y los niñas/os y los inmigrantes y refugiados que quedan varados en las playas africanas, se ahogan en el Mediterráneo o se topan con muros y alambres de espino. Esos movimientos en busca de una vida mejor protagonizados por tantas y tantos de nuestros semejantes son una de las mayores manifestaciones de la persistencia de la esperanza humana. Esta última necesita ser reconocida, valorada y cultivada para ser mejores seres humanos, más solidarios, atentos, generosos y combativos por el bien, contra los Estados que nacen y viven de la guerra y que siempre vuelven a ella.

Publicado en Comuna Socialista 86