Por
Mario Larroca
Continuamos la polémica con las y los compañeros del trotskismo
argentino haciendo foco en una cuestión de lógica: ¿se puede representar una
alternativa a la decadencia imperante de los poderosos que contamina y
fragmenta violentamente a las sociedades si se reproducen los esquemas dominantes?
El trotskismo cree factible, auspicia y se empeña en “conducir políticamente” la “transformación total” y simultánea de la “estructura social” capitalista en beneficio de los últimos. Ahora bien, el propio PTS reconoce que, en el mundo actual, a lo sumo se hacen presentes esporádicas revueltas y rebeliones, pero no procesos revolucionarios. Los primeros en descreer que una confabulación subjetiva de tamaña envergadura pudiera ser posible son sus esperables protagonistas, las grandes mayorías obreras y populares. Sin embargo, en lugar de renovar el enfoque apostando por pensar una estrategia de transformación humana auténticamente radical (basada en la disponibilidad y en la elección de la gente común que quiere cambiar para mejor y juntos), los trotskistas se aferran al prepotente y fracasado dogma político estatal. Así, mientras se “espera” el ascenso de los “batallones pesados” de una clase obrera industrial considerada “objetivamente revolucionaria”, no se renuncia ni por un día a la pelea por pequeñas cuotas de poder del Estado. Los eslóganes de campaña, estilo “en las calles y en el Congreso”, solo maquillan la centralidad permanente que asume la utilización de los “medios” electorales y parlamentarios. Atención: no estamos diciendo que estos compañeros sean “lo mismo” que los cínicos y corruptos reptiles de ambas cámaras, ni ponemos en discusión su intencionalidad alternativa. El problema pareciera ser, en este punto, la relación entre medios y fines. Continuamos.
Ya hemos tratado en las entregas anteriores algunas consecuencias de asumir como medio decisivo el uso de la violencia “revolucionaria”, no en sentido de autodefensa subordinada a los criterios comunes de potenciales organismos de las comunidades en lucha, sino como recurso “ofensivo”, simétrico y opuesto al belicismo de los opresores. Nos falta agregar cómo se piensa la relación entre la revolución, la democracia y los medios de la deshumanización digital. Recientemente Christian Castillo (uno de los fundadores del PTS) ha postulado la necesidad de “una revolución social que liquide el capitalismo y que construya otro tipo de democracia que exprese verdaderamente la deliberación de las masas, que el pueblo trabajador pueda participar en la planificación democrática de los recursos de la economía. Y hoy con el desarrollo de la técnica es mucho más posible”.
En definitiva, la lógica es sofocante y negativa por donde se la mire. La “finalidad” de “cambiar la sociedad toda” debe conjugarse con la utilización de los medios de la vieja sociedad opresiva, abriendo la puerta entonces a la teorización de que la tan mentada transformación pueda (en verdad, deba) realizarse “desde arriba” y prescindiendo de una batalla conciencial y cultural por nuevos valores humanos positivos contra los desvalores dominantes. Estamos, lamentablemente, en la antesala de la lógica de la resignación y de la sumisión a lo existente.
Para nosotros, en esto radica el fracaso de cualquier política, incluida la revolucionaria. A la vez afirmamos la idea y la posibilidad de una revolución humana, como de alguna manera nos sugirieron la revolución de Plaza Tahrir en Egipto y la primera fase de la revolución siria. Es decir, la posibilidad de ser más y mejores humanos juntos apostando a construir experiencias comunitarias por fuera de los parámetros del sistema como parte de una batalla para poner los cimientos de una nueva cultura autoemancipatoria. Este compromiso, que implica ser inflexibles en la lucha contra toda opresión, es inseparable de buscar, como sugería Rosa Luxemburg, ser buenos e íntegros cada día en tanto prueba de la entereza a la que podemos aspirar como seres humanos.
El trotskismo cree factible, auspicia y se empeña en “conducir políticamente” la “transformación total” y simultánea de la “estructura social” capitalista en beneficio de los últimos. Ahora bien, el propio PTS reconoce que, en el mundo actual, a lo sumo se hacen presentes esporádicas revueltas y rebeliones, pero no procesos revolucionarios. Los primeros en descreer que una confabulación subjetiva de tamaña envergadura pudiera ser posible son sus esperables protagonistas, las grandes mayorías obreras y populares. Sin embargo, en lugar de renovar el enfoque apostando por pensar una estrategia de transformación humana auténticamente radical (basada en la disponibilidad y en la elección de la gente común que quiere cambiar para mejor y juntos), los trotskistas se aferran al prepotente y fracasado dogma político estatal. Así, mientras se “espera” el ascenso de los “batallones pesados” de una clase obrera industrial considerada “objetivamente revolucionaria”, no se renuncia ni por un día a la pelea por pequeñas cuotas de poder del Estado. Los eslóganes de campaña, estilo “en las calles y en el Congreso”, solo maquillan la centralidad permanente que asume la utilización de los “medios” electorales y parlamentarios. Atención: no estamos diciendo que estos compañeros sean “lo mismo” que los cínicos y corruptos reptiles de ambas cámaras, ni ponemos en discusión su intencionalidad alternativa. El problema pareciera ser, en este punto, la relación entre medios y fines. Continuamos.
Ya hemos tratado en las entregas anteriores algunas consecuencias de asumir como medio decisivo el uso de la violencia “revolucionaria”, no en sentido de autodefensa subordinada a los criterios comunes de potenciales organismos de las comunidades en lucha, sino como recurso “ofensivo”, simétrico y opuesto al belicismo de los opresores. Nos falta agregar cómo se piensa la relación entre la revolución, la democracia y los medios de la deshumanización digital. Recientemente Christian Castillo (uno de los fundadores del PTS) ha postulado la necesidad de “una revolución social que liquide el capitalismo y que construya otro tipo de democracia que exprese verdaderamente la deliberación de las masas, que el pueblo trabajador pueda participar en la planificación democrática de los recursos de la economía. Y hoy con el desarrollo de la técnica es mucho más posible”.
En definitiva, la lógica es sofocante y negativa por donde se la mire. La “finalidad” de “cambiar la sociedad toda” debe conjugarse con la utilización de los medios de la vieja sociedad opresiva, abriendo la puerta entonces a la teorización de que la tan mentada transformación pueda (en verdad, deba) realizarse “desde arriba” y prescindiendo de una batalla conciencial y cultural por nuevos valores humanos positivos contra los desvalores dominantes. Estamos, lamentablemente, en la antesala de la lógica de la resignación y de la sumisión a lo existente.
Para nosotros, en esto radica el fracaso de cualquier política, incluida la revolucionaria. A la vez afirmamos la idea y la posibilidad de una revolución humana, como de alguna manera nos sugirieron la revolución de Plaza Tahrir en Egipto y la primera fase de la revolución siria. Es decir, la posibilidad de ser más y mejores humanos juntos apostando a construir experiencias comunitarias por fuera de los parámetros del sistema como parte de una batalla para poner los cimientos de una nueva cultura autoemancipatoria. Este compromiso, que implica ser inflexibles en la lucha contra toda opresión, es inseparable de buscar, como sugería Rosa Luxemburg, ser buenos e íntegros cada día en tanto prueba de la entereza a la que podemos aspirar como seres humanos.
Publicado en Comuna Socialista 86