Editorial: ¿La libertad retrocede? Afrontar el egoísmo y la indiferencia

Por el Comité de Redacción

Cualquier estudio serio sobre la antropología o psicología humanas evidencia que, para crecer, las personas necesitan colaborar unas con otras y cooperar en común. El apoyo mutuo genera bienestar psicofísico y, en la vida cotidiana, es posible comprobar empírica y autobiográficamente que dar es igual o más bello que recibir. Explicando algo tan sencillo como que “entre la gente se puede ayudar”, Javier, un joven trabajador, relató cómo colaboró espontáneamente en el salvataje de un niño de once años que estaba por caer al vacío desde un edificio en Rosario cuando pasaba por ahí de casualidad.
Sin embargo, parece estar imponiéndose en el sentido común, gracias al discurso de ciertos personajes de los poderes opresivos y de la degradación moral que vive en sectores de la sociedad, una idea sobre el valor de “crecer sin ayuda”. Los demás serían un obstáculo para el propio progreso, un escollo del que habría que “liberarse”. Según este tipo de discurso, para que la “libertad avance” es necesario que triunfen el egoísmo y la indiferencia y que retrocedan la solidaridad y el altruismo. Habría que preguntar(se) si es posible para un niño crecer sin ayuda; si es posible el trabajo, el arte, la cultura, la salud, la educación y el ocio sin actuar mancomunadamente persiguiendo intereses que no son única y estrictamente individuales, sino también relacionales y comunes. Negar esto es negar uno de los rasgos que nos hace más propiamente humanos: para vivir tendemos a las y los otros porque para cualquier persona la propia felicidad está siempre ligada a la de las y los demás.
Parece que lo que está en juego en esta época que atravesamos es demasiado profundo como para definirse en un voto. Incluso podríamos decir que la obsesión electoral aleja el foco de la necesidad de plantearnos interrogantes más significativos. Pero si pensamos en las condiciones de vida de las mayorías y en el futuro, lo que está en juego es mucho. El día de las elecciones podemos expresar de manera elemental algo de coherencia con nuestros mejores impulsos vitales. Milei y Bullrich representan los valores más retrógrados, egoístas, racistas y misóginos, así como el deseo más brutal de dominio de los poderosos, incluso con tintes fascistoides. Massa, el hombre de Cristina Kirchner y del FMI, encarna una versión más mediada que ve la necesidad de dominar otorgando míseras limosnas. Esto no significa que no sea esperable que, como buen peronista, reprima a las personas comunes que reaccionan a las injusticias. Nunca combatirá los profundos desvalores de sus competidores porque en el fondo los comparte. Tal vez sea el momento de expresar un enérgico rechazo a esta farsa electoral, a esta pelea de fanáticos de la corrupción y la inmoralidad (ver nuevo capítulo Insaurralde), impugnando el voto u optando por la izquierda trotskista, que es la única que no está comprometida con la opresión.
Defender los derechos que están amenazados es clave y quienes se movilizaron contra el discurso de Villarruel, negacionista de la dictadura, los jóvenes que salieron a la calle en memoria de los estudiantes secuestrados en la Noche de los Lápices y las mujeres que se expresaron activamente en la Plaza del Congreso en defensa del aborto evidencian que las mejores personas no están dispuestas a ceder ante las derechas y la insensibilidad que propagan y se difunde. Por eso es fundamental ir más allá en la reflexión y las aspiraciones: lo más importante para afirmar y defender hoy son el bien y la libertad, el bien común y la libertad positiva y compartida. Aprendiendo a medirlos y considerarlos en función de nuestros semejantes para que tendencialmente puedan crecer en clave expansiva, no excluyente. Concebirlo así puede impulsarnos a ser más sensibles y atentos a las necesidades de los demás, más generosos, más activos en el conocimiento directo (no virtual), más predispuestos a la escucha sincera y empática. Algo que solo es realmente posible si estamos dispuestos a combatir el egoísmo y la indiferencia que alimentan el violentismo, el machismo y el racismo que degradan las relaciones y la convivencia. ¿Estamos dispuestos a afrontar el miedo y la pereza que muchas veces impiden a las personas reaccionar para defender(se) de las injusticias? Hoy, esto es determinante. Ser más y mejores humanos está ligado a afirmar valores mejores y, consecuentemente, a luchar activamente contra los desvalores y miserias de los opresores.
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Publicado en Comuna Socialista 86