La sociedad peronista, ¿puede frenar a Milei?

Por Mario Larroca

Según las proyecciones del Observatorio de la Deuda Social, la pobreza alcanza al 57% de los habitantes. El precio de los alimentos no para de dispararse y más de 3,5 millones de niños dejaron alguna de las comidas principales o modificaron las proporciones que comen, de acuerdo a estimaciones de Unicef. En ese contexto, el gobierno de Milei ha cortado de cuajo el envío de comida a los 50 mil comedores populares en los que miles de mujeres solidarias hacen malabares para alimentar a más de 10 millones de personas en todo el país.
Al mismo tiempo, más allá de una importante caída de la imagen positiva del presidente, se calcula en alrededor de un 40% el apoyo de sectores de la población al gobierno y su brutal plan de ajuste. Es que millones de personas humildes, en particular jóvenes, que lo han llevado al poder hace cien días, encarnan lo que algunos sociólogos llaman una demanda democrática por la desigualdad. Esto es, la valoración de la voluntad y la organización personal como fundamento de la asignación de recursos y no a través de la actividad “igualadora” del Estado, propia del relato kirchnerista. A continuación, intentaremos detenernos en algunas hipótesis y preguntas que atañen a la compleja y caótica cuestión social.
 
Primero, la propiedad
 
El discurso con que Milei inauguró las sesiones ordinarias del parlamento confirma, que si esta burguesía voraz y autoritaria tiene algún proyecto, es el de impedir que la natural predisposición a los otros (que connota a nuestra especie) se traduzca en ideas y prácticas de convivencia solidaria entre las personas comunes. En su lugar, se consagra el predominio absoluto del dios Mercado y el evangelio de la propiedad privada, el culto del individualismo y del “sálvese quien pueda”. Si en la Francia de 1789 nació la idea del “ciudadano” como entidad aislada cuyos derechos dependían del reconocimiento por parte del Estado, aquí se teoriza la figura del “emprendedor” portador no ya de derechos, sino de obligaciones y méritos personales. Más de dos siglos después de que la propiedad se constituyera en derecho “inviolable y sagrado”, si bien subordinado al de la vida y la libertad, en su versión liberfacha la propiedad –de bienes materiales y aunque más no sea, la del propio cuerpo– se ha convertido en lo que antecede y es condición de la tan mentada libertad. Se llega por esta vía a postular aberraciones como la libertad de comprar y vender órganos o incluso criaturas, de las mujeres a prostituirse, de los niños a trabajar y de los Estados a segregar y a matar.
 
Interrogantes y esperanzas
 
¿Cuánto será capaz de aguantar una “sociedad” que, a pesar de padecer cada día la inhumanidad y el sadismo de los liberticidas, aparece rota en su interior? ¿Se puede esperar una reacción popular masiva que inicie un proceso de reconstrucción del tejido social basado en valores positivos? ¿Cuánto han trabajado los diferentes peronismos –neoliberal menemista, caudillista kirchnerista y burócrata sindical– para obturar cualquier expresión de emersión humana que escapase a su control? ¿Cuánto hay de responsabilidad de los propios sectores subalternos y de sus vanguardias en la asimilación de lógicas y criterios de vida de las minorías dominantes? ¿Se puede esperar algo muy distinto a una implosión (expresiones de laceración social sin más perspectivas que la violencia destructiva) en un marco de deshumanización y extrañamiento como el que vivimos?
Más allá de los desequilibrios propios de un enajenado que dedica horas al día dando “likes” e insultando a diestra y siniestra desde su Smart, Milei es un emergente de lo que Dario Renzi ha definido como la tenebrosa decadencia de los opresores. De una burguesía desesperada por multiplicar sus fortunas y por disciplinar a las mujeres, a los jubilados, a los trabajadores regulares y/o precarizados y a cualquiera que desee reaccionar.
Nuestra perspectiva de estar en la sociedad buscando ser diferentes se apoya en el intento de conocer a las personas que expresan sensibilidad y altruismo por los que más sufren; en la lógica de pacificación y de combate a la violencia que anida en cada mujer que así lo elige. En definitiva, en aquellos y aquellas que se baten por la libertad compartida y se predisponen a cambiar por el bien común, sustrayéndose a la ambición de afirmarse contra los otros y de parecerse a los poderosos.