Segundo encuentro para pensar un compromiso de izquierda inspirado en el humanismo socialista: Es hora de defender la vida y la libertad
El 24 de marzo de este año acompaña el
cumplimiento de los cuarenta años del retorno de la democracia. ¿Cómo podemos
proponer y fortalecer un compromiso en defensa de la vida y la libertad hoy?
No hay más dictadura y una de las razones
por las que una eventual salida militar como la de 1976 hoy está lejos es –sin
olvidar la extendida complicidad social con el régimen de facto– la lucha
persistente de valientes vanguardias que, de diferentes formas, resistieron el
régimen militar y defendieron los derechos humanos. Esto supo dejar huellas
positivas, una particularidad frente a otros países sudamericanos que también
atravesaron dictaduras y transiciones a la democracia.
Sin embargo, el panorama actual es amenazador.
Por un lado, la democracia argentina –más allá de que enjuició a algunos responsables,
empezando por el Juicio a las Juntas– recicló a genocidas y a sus cómplices en
sus instituciones mientras que la matriz criminal del Estado sale a relucir en
cada represión y prepotencia, signo de la continuidad entre dictadura y
democracia.
La democracia argentina, en medio de una
justificada sensación de alivio, había regresado con fuerza de la mano de
Alfonsín en 1983, bajo la idea de que, con ella, “se come, se cura y se educa”
y que el tiempo de las “botas” le dejaba lugar al de los “votos”. ¿Pero qué
tipo de régimen se instaló en ese entonces?
En este mismo periódico, a través de los
ensayos “Antropología de la decadencia. Las primeras raíces y el último imperio”
de Dario Renzi, estamos tratando de indagar en las raíces primarias que
permiten el desarrollo humano. Los diferentes poderes opresivos estatales, económicos
y militares (mucho más en la época contemporánea) han debido atacar estas
características afirmativas para someter a las poblaciones e impedir que esos
rasgos antropológicos se traduzcan en horizontes de libertad y emancipación.
Desde ya, la democracia argentina siempre fue parte, si bien subordinada, del
sistema democrático de Estados y no fue ninguna excepción a esta regla
opresiva.
Frente a la función primaria que desempeñan
las mujeres en cualquier agregación humana, la furia patriarcal es cotidiana en
la democracia argentina y sigue produciendo un femicidio por día. Se fomenta el
negocio de la prostitución y los jueces protegen a violadores y cómplices. El
despertar femenino llegó finalmente de la mano de las luchas contra la
violencia de género y por el derecho al aborto, pero con la intromisión del
Estado y la penetración de las ideologías negacionistas de género, el
movimiento de mujeres retrocedió. Nada de eso esconde que, si en la Argentina
de más del 40% de pobres se sigue “comiendo”, no es por la democracia, sino por
la labor incansable de las mujeres en los comedores populares, en las escuelas
de barrio y en los hogares, que hacen magia con los escasos recursos a
disposición.
Las personas necesitamos vivir
asociadamente, en relaciones y en común, es decir, necesitamos componer y
entrelazar nuestras subjetividades, otra de las raíces antropológicas de la
humanidad. La democracia prometía reconstituir los lazos sociales que la
dictadura genocida había roto. En realidad, se valió de la indiferencia y del
individualismo del “yo no sabía nada” para proponer delegación y abandono del
propio protagonismo de las personas en pos de los gobiernos de turno. La verdad
es que la política democrática dividió a las personas. Va más allá de la famosa
“grieta”: los sucios negocios que financian el sistema político (como el tráfico
de drogas) se vuelven contra la gente en forma de delincuencia y violencia
crónica, lo que vuelve la vida asociada cada vez más difícil en los barrios
populares de las grandes ciudades. Recordemos que la democracia argentina
intentó aplastar, con muertes y represión, la llamarada revolucionaria de 2001,
la que, además de ser una rebelión contra la política, fue un destello de comunitarismo.
¿Qué decir de los terrenos de la
conciencia y de la cultura? Nos interesa mucho reflexionar y discutir sobre
esto ya que en ellas anidan grandes márgenes de cambio y transformación. El
sentido de justicia y libertad que alumbraba las conciencias a la salida de la
dictadura militar comenzó a ensombrecerse con la pronta manifestación de los
engaños de la democracia (desde las leyes de impunidad otorgadas a los
genocidas hasta la imposibilidad de satisfacer las exigencias de dignidad de
las mayorías) y con la mezcla de injusticias, superficialidad de mal gusto,
timba y dólar barato de los años menemistas, lo que derivó en nuevas
frustraciones.
Es claro que la democracia argentina no
tenía ninguna intención de que los destellos concienciales de búsqueda de justicia
contra la barbarie y de respeto a la vida y a los derechos humanos sedimentaran
en cultura, que es lo que realmente se necesitaba. Fijémonos que, hoy en día, es
cada vez menos extraño escuchar (en la televisión o en la cloaca de las redes sociales)
discursos que orillan simpatías inmorales con los métodos de Videla y compañía,
como las odas a la represión de Berni, Bullrich y otros peronistas y macristas,
o la peste derechista de Milei y Espert. ¿Dónde están los frutos de los “valores
democráticos” difundidos por la tan aclamada “educación pública” argentina? La
cultura popular parece estar más cerca de los gestos falocráticos del “Dibu”
Martínez con la banda sonora de Malvinas y Maradona.
Estos males, hipocresías y distorsiones –desarrollados
mientras la gente, salvo en el 2001-2002, votaba y volvía a votar a sus “representantes”–
devinieron en un relativismo moral que hacía que no importase lo que hicieran
los gobiernos, a condición de que “repartieran”, dieran algo de “estabilidad” o
encontraran alguna solución a las crisis económicas crónicas. Por supuesto, la
democracia argentina pos-83 se vale de lo construido en el pasado, en este caso
de la cultura estatalista-peronista tan arraigada de la que, ahora, también
están extrayendo lecciones los liberales-macristas. Todo esto hizo que la
sociedad argentina, en términos generales, ponderara mucho las “cosas concretas”
por sobre los valores éticos y morales. Esto se manifiesta en el persistente
racismo institucional y popular (siempre hostil a los que “les sacan el trabajo
a los argentinos y encima se quejan”) o en el entusiasmo que despiertan los emprendimientos
extractivistas a gran escala, a pesar de que pongan en peligro la naturaleza
primaria que nos cobija y nos compone, desde la costa atlántica hasta las
megamineras en Catamarca y San Juan.
La democracia no solo engaña y vive de la
delegación, sino que también destila desigualdad, mafia y violencia. Cuarenta años
de democracia significaron cuarenta años de difusión de la lógica corrupta y
bélica en la vida social. Contradictoriamente, la expresión política más
saliente de la izquierda en la actualidad (el FIT-U) está empecinada en reconducir
los conflictos y las luchas al cauce electoral democrático, lo que sin dudas
producirá nuevas desilusiones. Para defender la vida y la libertad, es necesario
ser independientes de estas lógicas, del Estado y de los gobiernos. Queriendo
terminar de salir del atolladero del 2001, la democracia argentina, a través de
los gobiernos kirchneristas, apostó una vez más por sacar provecho del pasado y
cooptar a toda una serie de organismos y figuras de los derechos humanos.
Organismos y figuras que, desde ese momento, dejaron de denunciar las
injusticias y la represión de esos gobiernos, contribuyendo a contaminar el
campo de los derechos humanos e incluso, si quedaba en las manos del Estado, a
convertirlo en una oportunidad de negocios y corrupción.
Entonces, ¿quiénes son los posibles protagonistas
de las esperanzas de cambio? Probablemente puedan serlo las personas
voluntariosas entre la gente común. Las mujeres que se baten por su libertad y
denuncian la violencia patriarcal de la sociedad, de los hogares y de las
instituciones. La juventud que se pregunta, muchas veces sin obtener respuestas
fáciles, si las cosas no pueden mejorar y por eso se une y moviliza
(resaltamos, por su importancia, las marchas en defensa del medio ambiente en
Buenos Aires, Córdoba u otras ciudades), disconforme con las desigualdades, la
prepotencia policial o la pesadez del sistema educativo. Las y los trabajadores
que enfrentan el egoísmo de los patrones sin confiar en las burocracias
sindicales, seducidas por el peronismo en el poder. Las y los inmigrantes que
expresan nítidamente una búsqueda de vida mejor y enfrentan el racismo y la
precarización. Las personas que, todavía en minoría, quieren y reclaman por la
paz contra las guerras, lo que hace que la búsqueda de pacificación entre las
personas disponibles sea una parte muy importante de un nuevo compromiso de
izquierda.
Son los protagonistas concretos de una
transformación posible, a condición de que cambien y que nosotras y nosotros cambiemos
con ellos. Porque son esas mismas personas voluntariosas (las mujeres que se
movilizaron el último 8 de marzo o los miles que volverán a las calles el 24)
las que siguen guardando esperanzas en la democracia u optando por la trampa
del mal menor en alguna próxima elección. Un posible protagonismo de este tipo
implica, a su vez, el intento de hacer cuentas con la indiferencia de muchos y
enfrentar el egoísmo y la malicia desde abajo. Esto constituye un altísimo
desafío que requiere de independencia, de contenidos alternativos, de
vanguardias y de proyectos afirmativos, que se sustraigan de los mecanismos de
la democracia decadente.
Se trata de confiar y mirarnos a
nosotras/os mismas/os y a los demás de manera diferente. Identificar las
potencialidades y las capacidades antropológicas que anidan y se manifiestan en
las expresiones más positivas, estudiarlas en su origen humano, teorizarlas y
aprender sin desconocer sus límites, buscar desarrollarlas y apoyarlas.
Hacerlas más estables poniendo en pie ámbitos solidarios y autogestionados de
mujeres, de jóvenes, de inmigrantes o de trabajadoras/es. Construir intentos de
comunión independiente, en donde ya se empiecen a vivir las ideas que nos
animan. Todo esto nos pone a prueba y, ofreciéndolo y ensayándolo en la
sociedad, nos hace mejores como personas comprometidas inspiradas en el
humanismo socialista.
Comité
de Redacción de Comuna Socialista
Sábado 26 de agosto - 16 hs
Centro Cultural y Deportivo Leopoldo
González
Av. Independencia 448, CABA
Entrada $1.000 (incluye merienda)