Tercer encuentro para pensar un compromiso de izquierda inspirado en el humanismo socialista

Unámonos por la pacificación contra las guerras

La inmensa mayoría de las personas, como vos y como nosotros, anhelamos la paz. Sin embargo, los Estados se empecinan en hacer la guerra y en propagarla alrededor del mundo. Hace más de un año, comenzó la invasión a Ucrania que arrojó miles de muertos, desplazó a más de cinco millones y dejó ciudades enteras devastadas. Mientras Putin avanza y retrocede en el terreno, intentando destruir todo a su paso, los EEUU y la OTAN alimentan el nacionalismo belicista de Zelenski al entregarle armas y apoyo logístico. Los crímenes de guerra empiezan a salir a la luz, tanto de un lado como del otro. Esta contienda bélica, a su vez, alimenta una espiral incontrolable, en la que viejos conflictos se agravan y aparecen nuevas amenazas. Es que la principal motivación de los Estados es concebir, preparar y realizar la guerra. Para ellos, el factor militar es determinante a la hora de preservar, defender y ampliar su poder negativo. Podrías pensar, con dolor frente a este panorama, que los Estados en América Latina no son partícipes directos de la demencia bélica, pero, sin embargo, no les resulta ajena. Porque la guerra en curso amplía sus márgenes de acción represiva contra las poblaciones, y las democracias demuestran cada vez más sus rasgos totalitarios de origen. En México, encierran a quienes buscan cruzar la frontera. El gobierno peruano asesinó a más de cincuenta personas en las movilizaciones masivas que, con mucha dignidad, luchan contra el autoritarismo de Boluarte. Y el salvaje “método Bukele”, en El Salvador, goza del apoyo de varios políticos latinoamericanos, tanto liberales como populistas. También crecen las derechas neofascistas de la mano de Bolsonaro, de Milei, y de personajes como Berni, Bullrich y Pichetto que destilan racismo, clasismo y misoginia. América Latina está muy lejos de ser un “continente de paz”, como afirmó hipócritamente un aletargado Alberto Fernández. Lo dijo al mismo tiempo que la violencia narcodemocrática ya se había cobrado la vida de 280 personas en la ciudad de Rosario durante ese mismo año. El drama bélico y la violencia estatal difundida puede desorientarnos, puede hacernos pensar que es un problema demasiado grande y que por eso intentemos habituarnos a su presencia amenazante. O, si lo elegimos, podemos reaccionar, empezando a pensar y ensayar juntos un compromiso por la pacificación desde abajo.

Algunas décadas atrás, la lucha por la paz fue motivo de radicalización para millones de personas, jóvenes en particular, que se unieron contra las guerras en diversas partes del mundo, como la de Vietnam. Quizás lo hicieron con algo de ingenuidad, confiando en que las mismas instituciones responsables de las masacres se encargarían, también, de ser guardianas de la paz. Pero, de cualquier manera, el compromiso por el mejoramiento de la vida estaba íntimamente asociado a la lucha contra la violencia. Hoy, cuando arrecian las guerras en el mundo, sería más necesario que nunca volver a reaccionar para frenarlas. Y, sin embargo, las movilizaciones de este tipo son las grandes ausentes.

Contemporáneamente  a aquellas expresiones pacifistas, en este país, emergía una radicalización humana y social extendida (aquella que vino a aniquilar la dictadura de Videla), motivada por búsquedas humanas profundas y, en sus mejores vanguardias, como el trotskismo, por la revolución socialista. Sin embargo, aquel compromiso variopinto por la justicia y la libertad no fue asociado a las aspiraciones de paz. En cambio, prevalecieron, y aún hoy prevalecen, interpretaciones político-militares de los caminos posibles para mejorar la vida.

Pensemos, por ejemplo, en la manera en que se relacionan las diversas organizaciones y partidos de izquierda entre sí, la lógica instrumental y belicosa que reina en los ámbitos comunes, en detrimento de una confrontación leal y fraternal entre ideas distintas. O, también, en las justas luchas que impulsan contra las patronales y las burocracias, evaluadas en función de la “correlación de fuerzas”, y no en torno a cómo crecen y cambian los propios protagonistas, cómo se hacen mejores personas, más solidarias y, por eso, más combativas. Es sintomática la resistencia que encontramos a pensar en la pacificación cuando intentamos hacerlo con quienes se sienten de izquierda. Basta ver la reivindicación que aún sostienen de la guerra de Malvinas, lo que, en pos de una supuesta batalla antiimperialista, en los hechos justifica el accionar de la dictadura militar. Nos y les preguntamos… ¿No fue “Paz, pan y tierra” (en ese orden) la consigna que encabezó la revolución rusa del año 1917? ¿No fue importante, por caso, la batalla contra la Primera Guerra Mundial que dio Rosa Luxemburg y que encontró en v Lenin a uno de sus principales aliados? ¿Y no fue Nahuel Moreno el que nos enseñó a confiar en la movilización directa de los últimos, luchando contra el elitismo propio de las guerrillas de cuño estalinista? Entonces, haciendo recurso de esta historia compartida, ¿por qué no condenan abiertamente, hoy, la guerra en Ucrania y no exigen la paz en aras de la hermandad entre los pueblos? ¿Y qué consecuencias tiene todo esto para tantas personas que anhelan un cambio y precisan buenas coordenadas para comprometerse por ello? Asumir esta responsabilidad es urgente porque, hace décadas, la referencia cultural e ideológica para las personas más sensibles y reactivas es el peronismo. Una corriente burguesa, eclesiástica y militar –por origen y por historia– que supo impregnar el compromiso por la liberación con ideas y prácticas bélicas, porque están en las antípodas de la libertad femenina, porque ponderan la separación entre los medios y los fines perseguidos, y porque pregonan el relativismo moral justificando la violencia y la corrupción en pos de la conquista de supuestas “cosas concretas”.

Si bien hoy es difícil encontrar coordenadas útiles para afirmar y practicar coherentemente una vida de paz (a causa de las condiciones terribles que los Estados imponen a las grandes mayorías, de la crisis conciencial y de la decadencia cultural), entre la multitud de personas que se baten día a día por ello emergen posibilidades valiosas que hacen posible y creíble un compromiso por la pacificación. En las comunidades que se unen y luchan por la protección de la naturaleza y enfrentan la lógica voraz y destructiva de la burguesía; en el apoyo mutuo entre algunas/os vecinas/os que intentan hacer de sus espacios de vida (muchas veces arrasados por la violencia narcodemocrática) un lugar más seguro para todos; en las mujeres que se unen contra la violencia patriarcal, y en los y las trabajadores/as que eligen afrontar juntos la precariedad. También entre las y los hermanos inmigrantes, que en muchas ocasiones eligen irse de sus lugares de origen por el impacto, justamente, de las guerras o de la violencia crónica, y se encuentran, lamentablemente, con el rechazo de los Estados y con racismo, tanto de parte de las instituciones como de la sociedad.

Comprometerse por la pacificación requiere del protagonismo directo de cada persona, sin delegar en las instituciones. Puede ser una elección consciente, ideal y práctica, de hacer prevalecer las mejores cualidades humanas. Por ejemplo, significa elegir ser promotoras/es de la libertad femenina y del respeto hacia su dignidad en cada momento y lugar. El género femenino, desde siempre, es refractario a la guerra y menos propenso a la violencia. Por su apego a la vida, es quien mejor puede guiarnos en una lógica de concordancia entre las personas.

Vivimos en sociedades masificadas, y en ellas convivimos con personas desconocidas. El desconocimiento se transforma rápidamente en extrañeidad y hasta en enemistad, pero no es un camino obligado1. En los barrios en los que vivimos, podemos elegir fomentar algunos criterios de cercanía y de ayuda mutua; en las escuelas y en las universidades, podemos promover el conocimiento entre las personas, levantando la cabeza de los smartphones, aprendiendo a estudiar (y a pensar) juntos, enfrentando la discriminación, el bullying, y defendiéndonos de la prepotencia de las autoridades. En nuestros lugares de trabajo, podemos ser personas que suscitan la solidaridad entre compañeras/os, también para defendernos de la patronal y para conquistar mejores condiciones. En definitiva, un compromiso por la pacificación requiere de una elección cotidiana de tolerancia y de atención recíproca, de protagonismo directo, de aprender a mirarnos y escucharnos mejor, a dialogar partiendo de lo que nos une y abordando las diferencias. Junto a todo esto, precisamos de una mirada amplia de nuestro ser y actuar en el mundo. Por eso, anhelar la paz y defender la vida hoy significa estar contra la invasión en Ucrania y contra todas las guerras. Significa reconocer, apoyar y tomar coraje de las mejores expresiones de emersión humana que se baten contra la asesinabilidad de los poderosos, como la revuelta iraní por la vida, las mujeres y la libertad. Otras manifestaciones, como las que recorren Inglaterra, Francia y Alemania, son también valiosas porque nacen por la lucha contra la pobreza y prueban ensayar juntos la defensa de una vida más digna. Es, en definitiva, un combate por la defensa de la vida contra el belicismo estatal.

1A propósito, ver: “Ritrovare la reciprocità per superare l´estraneità”, La Comune 420, 3 de abril 2023 (quincenal italiano).

Publicado en Comuna Socialista 80, abril de 2023

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Sábado 14 de octubre, 17:30 hs.

Centro Cultural y Deportivo Leopoldo González

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